Gabriel Silva Luján
20 Febrero 2022

Gabriel Silva Luján

“Aquellos votos”

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La ansiedad de la recta final de las elecciones genera toda clase de maromas conceptuales para justificar y darle legitimidad a las jugaditas que hacen unos y otros para hacerse a “aquellos votos”. No deja de sorprender que líderes y sazonados opinadores desplieguen todo su ingenio para que los pecadillos parezcan virtudes; para que lo inaceptable se normalice; para que lo malo parezca bueno; para que las mentiras inocultables pasen a ser inofensivas imprecisiones; para que toque esperar al veredicto de la justicia.

Eso importaría un bledo si esos argumentos se usan para tranquilizar las conciencias personales. El asunto se vuelve peliagudo cuando se esgrimen esos “axiomas” de cara a la sociedad para tratar de llevarla a aceptar el comportamiento de algunos políticos y que la prevalencia de ciertos comportamientos sea inevitable. Este tipo de justificaciones es lo que ha sumido en el cinismo a millones de compatriotas. De ahí la trascendencia de desenmascarar las falacias que esconden esas lógicas colectivas que llevan al “todo se puede”.

“Hay que hablar con todos”. El dialogar es reconocer al interlocutor. La decisión de interactuar con una persona —aún más en el caso de que detente autoridad o representación— es otorgarle legitimidad y reconocimiento. Es bien sabido en la diplomacia, en la política y en la guerra que la decisión de dialogar no es neutra, siempre tiene consecuencias. Que no nos digan que “era solo un tintico”.

“La política se hace con políticos”. Esta aparente verdad de Perogrullo tiene una carga diabólica. Implica, primero, que todos los políticos son iguales. Esa convicción lleva a una equivalencia ética y cívica de todas las personas que hacen política. Hay políticos, y hay políticos. Cierto que la política se hace con políticos, pero con los políticos que son. No son equivalentes a aquellos que no tienen rabo de paja, que no han montado estructuras familiares de corrupción, que no son cómplices de las mafias, que no buscan el poder para enriquecerse, con los de “aquellos votos” que efectivamente son todo lo anterior. Segundo, dicha expresión conlleva a la a la tolerancia colectiva con quienes para garantizar su victoria aceptan el apoyo de estructuras clientelistas y de compra de votos en sus campañas.

“La vida privada es sagrada”. La vida privada es, ciertamente, sagrada. En un mundo donde el espacio de lo íntimo se reduce todos los días, la batalla por preservar la privacidad es fundamental. Sin embargo, esa excusa no aplica para quienes están en política, en particular cuando se trata de actos privados con consecuencias públicas como el caso de la corrupción y compra de votos denunciados por Aida Merlano. Que candidatos presidenciales se escondan por conveniencia electoral detrás de este argumento para evadir tomar posición sobre incuestionables hechos delictivos es una traición a sus deberes para con la democracia.

“Aquí lo que toca es ser pragmáticos”. El pragmatismo es una virtud escasa en muchos de los escenarios de nuestra vida colectiva. El “ser pragmático” se ha convertido en una condición deseable, un atributo positivo. El problema es cuando el llamado “pragmatismo”, que es la preferencia por lo práctico y lo útil, muta en que el fin justifica los medios; que es para lo que en política se invoca el pragmatismo con demasiada frecuencia.

“Hay que esperar a la justicia”. Como bien lo dice Diana Calderón en El País, la confusión entre la verdad jurídica y la verdad social, y la verdad personal, se vuelve compleja en tiempos electorales. Y en esa complejidad pescan los avivatos electorales para decir que no hay verdad hasta que no exista verdad jurídica, y tener la excusa para quedarse con “aquellos votos” de los que están siendo investigados.

Recorderis. “Quiero reiterar mi compromiso con la Universidad de los Andes y mi decisión de continuar cumpliendo, con plena conciencia y entusiasmo, con las funciones de rector tal como lo expresé el día de mi posesión”. Alejandro Gaviria.

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