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Como tres fueron los muertos, tres serán los textos. Y este será crudo, porque cruda fue su muerte. Y este será duro, porque dura es la vida de sus mamás sin ellos. Y en este volveremos a reclamar Justicia, porque eso es lo único que medianamente podría aliviar el dolor de las tres familias.

El jueves en la tarde, un senador de los nuevos pidió la palabra y pasó al frente de sus compañeros en el recinto del Senado de la República. Se le notaba lo novato, pero hizo gala de su juventud y con voz firme inició un relato que fue volviéndose sobrecogedor y casi que no creíble a medida que avanzaba en su narración.

El congresista Alex Flórez, de apenas 31 años, les contó a sus colegas en particular —y al país en general— los momentos previos al crimen de tres jovencitos que varios policías motorizados detuvieron en un retén, insultaron, golpearon y patearon en el piso.

A medida que avanzaba el relato, los senadores fueron prestando mayor atención, y cuando el joven político narró el aterrador desenlace, el desconcierto fue general. Por eso, lo pondré literal:

“…los subieron a una patrulla de la Policía, al platón, golpeándolos, maltratándolos, patrulla de la Policía a la que se subió el comandante, el teniente coronel, el J-3 (es la clave para referirse al comandante operativo de un departamento) del departamento de Sucre, Benjamín Núñez Jaramillo; antes de avanzar, el mayor Cristian Betancur se abalanzó sobre una llanta de la camioneta y con la cacha de su pistola le reventó la cabeza a uno de los jóvenes; en el trayecto, el J-3 Benjamín Núñez, teniente coronel de la Policía, le pidió a la camioneta que se desviara para que no llegara inmediatamente al centro médico sino que pasara por una especie de callejón donde había mucha vegetación”.

Que se desviara por un callejón. Eso no iba a terminar bien y aunque me temí lo peor, no imaginé el final. El congresista siguió:

“Y como reposa en el video que tengo en mi poder, que voy a entregar a la Policía, a la Fiscalía General de la Nación, de declaraciones de los policías que bajo juramento han indicado lo que ocurrió, el teniente coronel Benjamín Núñez de la Policía sacó el arma de dotación de su estuche…”.

Y entonces el congresista se giró a la Presidencia del Senado y pidió una nueva prórroga de tres minutos para continuar con su denuncia. Tomen aire porque lo que viene no se puede creer:

“Retiró el arma de su estuche y a sangre fría le disparó a menos de diez centímetros de distancia —como reposa en la epicrisis de la clínica— en la frente, en la cabeza, en el tórax y en las piernas a los tres jóvenes, ante la mirada impávida de los patrulleros, uno de ellos con veinte años y mes y medio de haber entrado a la Policía”.

Volví a repasar el video porque me negaba a creerlo, debía haber un error. Pero, no, era así de claro: el coronel ejecutó a los tres muchachitos con su arma de dotación y frente a sus subalternos. Qué locura, por Dios, qué locura.

Algo dijo el senador Flórez, del Pacto Histórico, sobre recuperar los valores y luego dejó ver su indignación, la de muchos, supongo:

“…este criminal le sacó una pistola y le vació el cargador a los tres jóvenes, se bajó de la camioneta, se pasó para su camioneta y llegaron a la clínica y como perros, como cerdos traídos de un matadero les entregaron a estos jóvenes a sus familiares, despojados además de su buen nombre y dignidad al ser señalados como miembros del Clan del Golfo, para posteriormente con ayuda de un capitán, que es el jurídico de la Policía de Sucre, llamar en privado a los patrulleros, amedrentados, asustados e intimidados y entregarles un informe escrito y decirles: ‘Este es el informe que tienen que entregar, Ustedes deben decir que los jóvenes estaban gravemente heridos y que por eso  llegaron muertos finalmente a la clínica’”.

Todo mal. Quedé estupefacto.

“Yo quiero pedirle de manera encarecida al señor fiscal general de la nación que —de manera inmediata— les dé captura a estos criminales. Se rumora que ya en el departamento de Sucre, el señor Benjamín Núñez Jaramillo estaría prófugo, el teniente coronel”.

Es increíble pero el país no parece muy interesado en saber de este tema. El congresista me dijo que, si esto hubiese sucedido en Medellín o en Bogotá, el escándalo sería estruendoso, “el eco de las balas se pierde en el monte”, concluyó.

Uno de sus colegas fue más directo: “Eso es este centralismo bogotano que nos tiene jodidos”. No sé, podría ser.

Lo único cierto es que un senador de la república denunció en pleno recinto que un coronel de la Policía, activo, no un cabo ni un patrullero ni un teniente, un coronel de la Policía (eso significa que lleva al menos veinte años portando uniforme), y no cualquier coronel con cualquier cargo, no, era el tercero al mando de un departamento, un coronel con esos galones saca su pistola de dotación y les desocupa el cargador a tres muchachitos, a diez centímetros de distancia. ¡Por Dios!

En un país normal, no un congresista, todos los congresistas estarían pidiendo medidas; por algo de muchísima menor importancia el fiscal general se fue a San Andrés; todos los medios titularían a diario, hasta que hubiese resultados porque —hay que decirlo— dieciocho días después de los crímenes, hasta la noche del viernes no se había dado ni una sola captura. Al menos no la informaron. Es más, parece que ya hay un escapado.

No, no parece tan grave. Parece un crimen más, bueno, tres crímenes más, de tres jovencitos matados a sangre fría por un loco con un arma, una historia que se repite a diario en esta Colombia enferma que está loca de remate.

Sí, ya sé. Colombia no es un país normal.

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