Yohir Akerman
31 Julio 2022

Yohir Akerman

Estocada final

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La columna de hoy no es investigativa. No trae una denuncia. Es simplemente para tomar una posición. Aunque no son comunes ese tipo de escritos en este espacio, creo que este tema amerita y me obliga a eso. A dar mi opinión.

Empiezo por confesar que he cantado olé en la plaza, gritado torero y sentenciado: ¡eso matador! He disfrutado unas banderillas certeras, elogiado un elegante tercio de capote, demandado con el pañuelo una oreja y lanzado la bota a la cuadrilla como muestra de respeto. 

Lo he hecho. No lo voy a negar. 

Pero todos estamos sujetos a evolucionar en las opiniones, en especial con la cantidad de información que tenemos ahora. Y para eso tengo que agradecer a los defensores de los derechos de los animales, Catalina Robayo y Juan Pablo Añez, que me han enseñado mucho sobre esto, en especial con el ejemplo.

La fiesta taurina, como la conocemos, debe acabarse o transformarse radicalmente. Aunque es un espectáculo sublime, es recíprocamente infame. Eso no se puede dudar. 

Y ni hablar de las corralejas, las peleas de gallos y los diferentes espectáculos que consisten en la celebración alrededor del dolor o la muerte de un animal. Si la tradición implica dolor y muerte, la tradición debe acabar. Punto.

Cómo olvidar las salvajes fiestas patronales de los San Antolines en Vizcaya, llamadas Antzar Eguna, o Día de los Gansos, donde desde hace 350 años los jóvenes del pueblo o atrapalaris, cada 8 de septiembre, se cuelgan de un ganso engrasado, que suspenden de las patas sobre el agua al pie de un acantilado y gana quien le arranque la cabeza. 

Pero volvamos a los toros. 

El congresista Juan Carlos Losada radicó acertadamente una iniciativa que busca eliminar esta actividad en Colombia. Es la séptima propuesta que se presenta en el Congreso de la República para prohibir las corridas de toros, hasta ahora sin éxito. 

En una sociedad como la colombiana, con una historia tan violenta, debería haber más atención de no permitir espacios que giran en torno a la sangre, tortura o la muerte. Así sea de un animal. 

Ahora bien, los argumentos para defender la fiesta brava son casi tan buenos como los que hay para atacarla. Se trata de un tema de desarrollo de la sociedad, en donde cada vez hay más sensibilidades y regulación para la protección de los derechos de los animales y prohibir expresiones de maltrato, crueldad y violencia. Eso no se puede negar.

Defender la tauromaquia únicamente por su larga tradición, es un sinsentido que niega el concepto de evolución de la sociedad, sugiriendo que aquello que siempre ha sido no puede cambiar. Y eso es errado. 

Sin embargo, atacar la fiesta brava simplemente porque no se comparte el sentido del espectáculo, es pararse en un extremismo irracional, donde se intenta prohibir todo con lo que no se está de acuerdo. Es negar la catarsis colectiva que ha representado siempre, y que ha jugado y juega desde tiempos inmemoriales, un papel importante.

No cabe duda de que las raíces de la tauromaquia contemporánea se pierden en lo más antiguo de la civilización occidental. Se remontan a toda la cuenca del Mediterráneo, en Siria, Anatolia, Egipto en el 16 a.C. y por supuesto en la civilización Minoica de Creta en el 14 a.C., con los famosos frescos del palacio de Cnosos, donde jóvenes acróbatas toman de frente a un toro por los cuernos en plena embestida y saltan por su espalda. 

Esta forma de tauromaquia aún se practica en India, Francia y España. Los expertos en la materia de la universidad de Cambridge afirman que las escenas de saltos acrobáticos con toros en la antigüedad normalmente terminaban en la cornada, pisoteo y muerte de los acróbatas, como lo representa el famoso vaso de los boxeadores de Rython de Haguia Triada. Es probable que sea el origen de la historia mítica del Minotauro, y su conexión con el sacrificio humano.

De ahí que se perciba a las corridas de toros como una constante danza con la muerte, una batalla hombre animal cargada de estética y espectacularidad. Pero no se puede desconocer que son eventos enmarcados por la celebración y festejo de la audiencia de la tortura de los toros que, sin duda, padecen dolor. Y ocasionalmente también de los toreros, e incluso el público en contadas ocasiones. Así de claro y de sencillo. 

Puede ser cierto que con la prohibición de las corridas se está condenando a esa especie a la extinción. El toro de lidia desaparecería, porque no es económicamente viable para los ganaderos, ni son suficientemente pacíficos como para liberarlos en el campo.

Pero la muerte ronda a la vida en la naturaleza y termina siempre por derrotarla, por eso es probable que la sociedad tenga menos problemas con el fin de esa especie de esa manera, que con el consecutivo y gradual espectáculo donde el hombre mata a uno por uno de manera torturadora. O con el absurdo de crear una forma de vida con el único propósito de hacer una ceremonia para verla morir. 

La fiesta brava será recordada, como hoy lo hacemos con el circo romano y las peleas de gladiadores, como tradiciones espectaculares, pero salvajes, que un día tuvo la sociedad y que en su evolución y desarrollo prohibió por violentas.

El proyecto que ahora se presenta tiene por objeto avanzar en el reconocimiento de los animales como seres sintientes, sujetos de una protección constitucional y legal especial, a través de la prohibición de las prácticas taurinas en todo el territorio nacional y con eso desincentivar la construcción de una sociedad violenta. 

La prohibición de las actividades taurinas ha estado en el centro del debate desde el año 2010, gracias a la sentencia C-666 de la Corte Constitucional, que ponderó el deber de protección a los animales con las tradiciones culturales y la expresión de las mismas en aquellos territorios donde existe un arraigo histórico por parte de la población frente a dichas actividades.

Pues bien, la Corte en distintas oportunidades ha delegado al legislador la potestad de determinar los alcances de esa protección e incluso, desde el año 2010, dejó claro que era el Congreso el llamado a determinar si las actividades taurinas debían ser eliminadas.

Países como Inglaterra, Italia, Argentina, Chile, Bolivia, Perú, China, entre muchos otros, han prohibido prácticas tradicionales como la caza, circos, fiestas religiosas o consumo de productos de origen animal, por considerarse que son una práctica sangrienta donde el maltrato animal es evidente. 

La prohibición es acertada, ya que la defensa de la vida e integridad de un animal debería estar por encima de la defensa de la cultura o la tradición. 

Sin duda, esto plantea un reto importante para las ciudades en Colombia que tienen turismo por esos eventos, como Manizales, Cali y Sogamoso, que desde ya deben iniciar la discusión de ese futuro escenario para que sus ferias, puedan transformarse en eventos que no solo giren en torno a las corridas de toros. 

La Fundación Colectivo Identidad Animal realizó un estudio denominado “El Impacto de la Tauromaquia en la ciudad de Manizales”, que demuestra que, si se da la abolición de las corridas de toros, la Feria de Manizales no sufriría tanto impacto económico. 

Por ejemplo, la variación de la ocupación hotelera y de turistas en la ciudad no es directamente proporcional con la asistencia a eventos taurinos que, además, vienen disminuyendo año a año. Si lo anterior es demostrado para Manizales, como la principal plaza taurina del país, es válido extrapolar estos resultados a otras ciudades de Colombia.

Y existe una buena base para esto. Los conciertos y fiestas que giran en torno a estas fechas, las ferias aledañas y otras muestras que entregan esas ciudades para dar la bienvenida a los turistas y a sus locales, es un principio. Pero hay que fortalecerlo. Y para eso se necesita mejor infraestructura y otros proyectos que los gobiernos distritales han estado en mora de entregar. 

Esperemos que el proyecto de ley recientemente radicado en el Congreso sea la estocada final a la fiesta brava. Y que los alcaldes de las ciudades que tienen esos eventos se preparen para el fin de corridas, corralejas y peleas de gallos.

No hacerlo es cerrar los ojos y esperar la cornada, en vez de abrirlos y agarrar, valga la metáfora, el toro por los cuernos.

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