Daniel Schwartz
24 Agosto 2022

Daniel Schwartz

Franja infantil

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Is This Anything?” es una compilación de todos los chistes de Jerry Seinfeld, creador y protagonista de la sitcom más exitosa de todos los tiempos, considerado uno de los comediantes más prolíficos de la historia reciente. El libro transcribe sus chistes como versos, mezcla la poesía y la comedia, formas de la literatura que dependen por completo del ingenio, la buena observación y la perversión de lo normal. Uno de los chistes/poema, Las paredes de mamá, es una reflexión sobre la verdadera diferencia entre ser niño y ser adulto: el niño no puede lidiar con el aburrimiento, se derrite haciendo fila en un banco o un supermercado, se aplasta contra el suelo como “un espaguetti cocinado”. El adulto, en cambio, lidia con el aburrimiento con total rigidez, “sólido como una roca”. La adultez, dice Seinfeld, es la capacidad de aburrirse y permanecer imperturbable, inerme, pues tiene conciencia de que lo aburrido suele ser lo más importante: el trabajo, una larga fila o una sala de espera en un consultorio médico.

Esa definición, inspirada por la lucidez que solo permiten la comedia y la poesía, sirve para entender, creo, la “youtuberización” de la política y de los medios. El formato YouTube, o TikTok, o Instagram, ha reducido la información, y por lo tanto a los medios, a su más mínima expresión: la frase corta y desabrida, la explicación a medias, la gesticulación atontada que remite a lo infantil. La justificación a esta manera de dar la información es que así es como la gente entiende el mensaje que se quiere dar, que así más gente nos mira y así tenemos más “engagement”.

Cuando era niño, el peor momento del día ocurría a las siete de la noche, cuando mis papás entraban a su cuarto y me quitaban el control de la televisión para poner las noticias (ya sé, una niñez privilegiada). Porque el noticiero es aburrido, de eso se trata. Ver los noticieros es una frontera generacional, un punto de referencia tan importante como cualquier ritual de paso a la adultez en cualquier liturgia, aquello que anuncia la muerte del niño y el nacimiento del hombre capaz de permanecer en silencio mientras escucha las tragedias del día.

Ahora se busca que la gente sienta placer viendo (no leyendo) las noticias, que sea una entretención. Se pretende, en el fondo, borrar la diferencia de edad, que, menos mal, aún existe y seguirá existiendo. Ahora las noticias se codifican en videos con cientos de cortes y recortes que no duran más de cinco minutos. Sin embargo, la infantilización de los medios ya comenzó a agrietar el pensamiento crítico: en vez de acercar a la juventud a los problemas del país, de hacer a la juventud más adulta, ha terminado por infantilizar la adultez. Se niega la capacidad que tienen los adultos para lidiar con el aburrimiento.  

Esa infantilización sucede no solo en los medios, sino también en la política. El Congreso de las caras nuevas, que celebro, pues estoy convencido de que podrán legislar con sensatez al menos en sus primeros meses como congresistas, ha caído también en la infantilización de la que estamos hablando aquí, en el afán por hacer una política más entretenida y más mediática. Una suerte de concurso por ver quién logra llamar más la atención e indignar al pueblo con nimiedades. Estamos presenciando una nueva política youtuberizada, conformada por supuestos jóvenes que hace rato dejaron de producir colágeno (algunos bordean los 40 años). Es una política enfrascada en debates vacíos e intrascendentes: que si el Congreso debería o no darles almuerzo a los congresistas, que si les bajamos el salario. Ocurren otros debates, posiblemente más interesantes, pero manejados con desorden, con pocas evidencias y a las carreras: que las iglesias paguen impuestos es una propuesta que vende, que envalentona a la ciudadanía que sí paga impuestos, pero que no mira la manera en las que las iglesias reciben y usan el dinero; o la propuesta de una congresista de que se pueda aspirar al Congreso a partir de los 18 años, que no tiene ni pies ni cabeza, pero que da visibilidad y mueve pasiones. Ni hablar de los bombos y platillos, literalmente, que recibió el anuncio de poner en plural el nombre del Ministerio de Cultura.

Engagement, todo es engagement. Impacto, Impacto, Impacto. Bordar palabras en un vestido y decir que así también se hace la política, negando así la vanidad, cuando la vanidad no tiene nada de malo. Con estas acciones se refuerza esa política del impacto que busca una foto icónica que, no obstante, deja de ser tendencia rápidamente y se pierde en el mar de la inmediatez. Esa política vende, pero es peligrosa. Nos hace creer que vivimos en un país de problemas ligeros y de fácil solución. Es una política que niega el pensamiento, el debate serio que debería ocurrir en un recinto que, como decía Carlos Gaviria, es el escenario para las reflexiones profundas de larga duración.

Esta es la política de las alertas rojas que, con el beneplácito de cierto periodismo activista, pone al país a debatir sobre temas irrelevantes o mentiras (el nuevo presidente de la Cámara diciendo que el Congreso tiene la misma popularidad que el ELN, por ejemplo). Se confunde, entonces, al ciudadano indignado con el político. El primero acusa, denuncia, ejerce su ciudadanía vilipendiando al poder, con o sin conocimiento de causa. El segundo, por su parte, es quien recoge el descontento, busca respuestas y soluciones. Pero estos políticos crean ellos mismos problemas donde no los hay, y no ofrecen soluciones a los problemas reales. Siguen siendo activistas y ciudadanos indignados aun estando en el Congreso. Lo mismo sucede con muchos periodistas, que son incapaces de diferenciar la denuncia ciudadana y el oficio del periodista: acusan, con la aprobación que da la poca profundidad de las redes sociales, pero no investigan a fondo, poco les interesa la versión de la contraparte acusada, pues eso no vende y consideran que su deber es únicamente denunciar. Se defienden diciendo que sus fuentes son confiables y que debe protegerlas, como si la información errada de una fuente no fuera responsabilidad del periodista.

Prefiero mil veces la política aburrida, el noticiero largo, el oficio siempre aburrido de ser ciudadano. Hace unos días, Armando Benedetti acusó a algunos ministros –crítica también válida para muchos congresistas– de parecer “boy scouts” y recreacionistas. Con lo segundo tiene razón, con lo primero no: los “boy scouts”, aunque son niños, aprenden a ser recursivos, a diferenciar lo importante de lo mundano y a sobrevivir en condiciones difíciles. Estos políticos, en cambio, viven sobre la alfombra roja y por el placer del retweet.

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