Gabriel Silva Luján
27 Marzo 2022

Gabriel Silva Luján

La cuestión militar

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Todos sonríen para la foto. Una sonrisa que no deja de ser un poco forzada. En el centro, como amo y señor del feudo, aparece Álvaro Uribe. A su alrededor, los comandantes. El general Mora, con la cabeza gacha, quizás incómodo, quizás un poquito avergonzado; también presentes los generales Ceballos, González, Castro y el almirante Ordóñez. Todos, sin excepción, respetables hombres de armas. Todos, sin excepción, reunidos en el lugar y en el momento equivocados.

Estos altos oficiales están retirados del servicio activo y pueden hacer lo que quieran y encontrarse con quien deseen. Aún así, en el contexto del proceso electoral, de la coyuntura política y de la situación nacional, nadie va a creer que estaban con su antiguo jefe -líder de la extrema derecha en Colombia- rememorando las victorias del pasado.

La inconveniencia política de la reunión salta a la vista. Sería solo una anécdota más en la permanente brega del exsenador Uribe Vélez por ejercer como comandante en jefe de las Fuerzas Militares, a la sombra. Pero la desfachatez de la tertulia no debe sorprender. Este encuentro no es más que la punta del iceberg del constante esfuerzo del uribismo por politizar la fuerza pública. Aunque Uribe siempre se ha esmerado en sembrar entre cadetes y soldados la doctrina contra el proceso de paz, esa politización se aceleró de una manera avasalladora en el gobierno Duque.

En la política de nombramientos y ascensos se puso en marcha una cacería de brujas para dejar de lado y marginar a la mayoría de los oficiales que habían cumplido con el deber de ser leales a la Constitución y actuar en acatamiento del poder civil durante el proceso de paz. La ideología de ascender a los “troperos” -adjetivo que para un militar no debería ser tan honroso cuando sugiere que sigue el pernicioso principio de que el fin justifica los medios- ha terminado en algunos comportamientos cuestionables, como los que han señalado la ONU y muchas ONG de derechos humanos.

Ahora, ese contexto de aguda y difundida politización de la fuerza pública se está traduciendo, por primera vez en décadas, en una amenaza latente para la democracia. Estás elecciones tienen la particularidad de que por primera vez un exguerrillero, de izquierda dura, desafiante del establecimiento; cuyo grupo político ha cuestionado fuertemente la seguridad democrática, al presidente eterno; y ha denunciado en el Congreso y otros escenarios las afrentas contra los derechos humanos y las libertades civiles, tiene una oportunidad real y significativa de ganar las elecciones.

Está lejos de que esa victoria sea un hecho, pero solo el fantasma de que pueda ocurrir tiene temblando al uribismo, el cual ha alentado una masiva desobediencia al principio sagrado de la no intervención en política de los miembros de la fuerza pública.  No es menor la responsabilidad que le cabe a los voceros de los generales retirados, y de las demás asociaciones y cuerpos de oficiales en retiro, que han hecho una campaña de demonización de Gustavo Petro; campaña que termina debilitando a la democracia que juraron defender. De las instalaciones militares salen toda clase de mensajes, memes, pronunciamientos, ataques viscerales, que no anticipan nada bueno. Hoy se observa a los oficiales más interesados en los avatares de la política que en la que debería ser su responsabilidad principal: el acelerado deterioro del orden público. Así muchos digan que aquí no pasa nada, se oyen rumores de sables, de conspiraciones, de usar todos los medios de lucha para evitar la llegada de Petro. Ante esa situación, que el país vaya identificando desde ya quiénes son los autores intelectuales.

Dictum. “La política es el arte de la controversia, por excelencia. La milicia el de la disciplina. Cuando las Fuerzas Armadas entran a la política lo primero que se quebranta es su unidad, porque se abre la controversia en sus filas. El mantenerlas apartadas de la deliberación pública no es un capricho de la Constitución, sino una necesidad de sus funciones”. Alberto Lleras, discurso en el Teatro Patria, mayo, 1958.

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