Jaime Honorio González
9 Julio 2022

Jaime Honorio González

Los ricos también lloran

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Yo creo que gano bien, aunque —la verdad— no me alcanza. Y no es que malgaste, excepto por ahí cuando voy al estadio a apoyar a mi adorado equipo. Eso sí que es botar la plata, lo acepto, pero lo hago de forma irremediable cada año y —honestamente— no creo que eso vaya a cambiar. Tampoco los resultados en la cancha. En fin.

Me gusta mucho mi trabajo, especialmente, el día del mes que me consignan. Claro que esa misma noche, refugiado en un cuarto solo, completamente solo, desocupo la cuenta pagándole a mis acreedores. Los servicios públicos, los servicios privados, las cuotas de los bancos, las de los préstamos personales, las de los acuerdos de pago, los intereses, hasta los injustos y desmedidos gastos de cobranza que se inventaron ahora, en fin, todo, todo hasta que se acaba lo ganado. Sigue siendo una gran sensación esa de poder cumplir cada uno de los compromisos adquiridos.

Voy colgado en algunos, un par con proceso ejecutivo de por medio, pero nada que no se pueda solucionar. Aunque soy abogado, a la hora de las consultas jurídicas me han sobrado asesores. Esa sí que es mi riqueza, la de tener siempre a la mano alguien a quien preguntar y obtener una respuesta.

No me estoy quejando, por el contrario, agradezco a la vida por todas las oportunidades que me ha dado. Y por todo lo que me ha dado. Tampoco es que sea muy particular mi historia financiera, resumida en apenas tres párrafos. Me parece que es la de muchos colombianos, muchísimos, que reciben sus ingresos y que, así como llegan se van, pagando siempre lo que debe para volverse a endeudar. Casi nunca sobra, nunca alcanza.

No le alcanza a nadie, ni al que se gana un salario mínimo, un millón de pesos, ni le alcanza al que se gana dos, o cinco, o hasta los trece millones del salario mínimo integral. Mucho menos al pobre ciudadano que se gana diez, diez millones de pesos, diez salarios mínimos. Y muchísimo menos si los recibe como independiente. Pero ese es otro análisis.

Es otro análisis también el del colombiano que no recibe nada, que nada tiene, que todo lo debe mendigar, que pone una bandera roja en su puerta para avisar que no tiene qué comer, el desposeído, el miserable, el desplazado, el abandonado, el indigente, el menesteroso, todos ellos los más pobres entre los pobres, hay tantos por ahí que ya no los vemos. Terminaron volviéndosenos invisibles. Un semáforo sin alguien necesitado nos sorprende. Es tanta la miseria que nos acostumbramos a ella. No es su culpa. Es de nosotros que deambulamos por la vida medianamente anestesiados, sumando las cuentas mientras llega el día de saldarlas. En mi caso, la noche.

Esta semana leí a varios seriamente preocupados con la posibilidad de que quienes ganan diez millones deban pagar más impuestos de los que ya tienen a cargo. Incluso, para justificar su punto, fueron juiciosos y —en un arranque de honestidad— presentaron en las redes sociales la distribución de su exiguo presupuesto, contemplando valores cruciales como el mercado, las pensiones del colegio, la recreación y hasta el salario de la “mucama”, y así, ítems claves para sobreaguar en esta corta vida que se va tan rápido, apenas con tiempo para comer y dormir, en tanto nos quejamos por Twitter, alardeamos por Instagram, nos confesamos por Facebook, y dejamos ver nuestras vergüenzas por TikTok.

Pobres todos ellos que tan poco ganan y tanto contribuyen a este gobierno derrochón, como decía un otrora líder. Razón tenían en oponerse a la llegada del populista fiel practicante de aquel robinjudesco aforismo del “le quito el dinero a los ricos para dárselo a los pobres” o la verdadera redistribución del ingreso en su máximo esplendor, yo que gano diez millones, cómo me van a poner más impuestos, con qué le pago a la empleada, están acabando con la clase media, nos están empobreciendo a pasos agigantados; pobres ellos que ya no podrán ni volver a la finca, así no tengan finca.

A nadie le sobra nunca un peso, lo sé. A mí, tampoco. Pero habría que recordar con cierta frecuencia que estamos en una nación con veinte millones de pobres, donde pobre significa tener que sobrevivir con máximo 354.000 pesos mensuales; y que 6 millones de colombianos están en pobreza extrema, es decir, tienen que arreglárselas con 161.000 mensuales. No, no me equivoqué, esa es la cifra del Dane. Por eso es que no comen tres veces al día, por eso es que sus hijos tienen deficiencias cognoscitivas, por eso es que rebuscan desperdicios en las basuras, por eso muchos piden en los semáforos, por eso—entre otras razones— es que ganar diez millones en Colombia sí es ser rico, muy rico, en realidad una verdadera fortuna.

161.000 pesos mensuales, los expertos dicen que con esos ingresos no se alcanzan a consumir las calorías necesarias dentro de una adecuada alimentación. Yo sé que esto es terrible y que a todos nos duele y nos amarga el día. Pero bueno, nada que un buen brunch no pueda solucionar.

161.000 mensuales, dos boletas de estadio. Ya sé cómo invertir mejor la plata que me malgasto.

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