Helena Urán Bidegain
1 Noviembre 2022

Helena Urán Bidegain

Menos crítica y más construcción

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La paz como Leitmotiv


Muchos sentimos satisfacción de que el país haya dejado atrás los últimos cuatro nefastos años —con un presidente, pusilánime e ignorante, que buscó destrozar todo lo que lo acercara a la convivencia y pacificación social gastándose incluso, descaradamente, el dinero destinado a la paz, en la guerra— y de que por fin se retomen caminos que oxigenen las sendas para potenciar la vida en el país.

Sin embargo, resulta llamativo que aquellos que entendían la necesidad de construir la paz durante el gobierno de Santos, y posteriormente se opusieron a las políticas guerreristas de Duque, no se den cuenta de que su actitud y sus fuertes críticas no aportan sino que solo fracturan la paz que se intenta construir.

Los argumentos a los que los detractores de la paz del gobierno actual acuden van desde “no se puede otorgar el mismo trato a grupos de origen político que a los de origen meramente criminal”, pasando por “se debe empezar primero por concretar los acuerdos de La Habana”, hasta “el proyecto actual debe tener un plan claro y definido desde ya”, entre varias discrepancias más.

La verdad es que, a mí, de alguna manera, todo esto me recuerda al “paz SÍ, pero NO así” de quienes, en el referendo, votaron en contra de superar la guerra y han puesto siempre la zancadilla para evitar que salgamos de ahí.

Está claro que un proceso de este tipo se puede (e incluso se debe) cuestionar, pues siempre habrá puntos por ajustar y mejorar; pero aquí, algunos de los más fuertes críticos parecen guiados por el ego, o la frustración de no verse en el centro de la negociación; una actitud algo pueril y definitivamente perjudicial para el país, que empezó a las pocas semanas de iniciado el gobierno actual con su propuesta de paz; actitudes caprichosas que no logran controlar, del tipo: “Lo que hago yo es mejor; o primero lo de nosotros y después ustedes”, sin darse cuenta de que estamos hablando de hacer la paz; negados a aceptar que su manera ya antes y en diversas ocasiones se ha probado; ignorando que es hora ya de dar una oportunidad al nuevo proyecto, más completo e incluyente, para sanar y construir la paz que apenas acaba de arrancar. Y es que, incluso, el embajador de los Estados Unidos mencionaba recientemente la premura y casi afán de muchos de atacar un gobierno que apenas llevaba 30 días en el poder.

Es curioso que se cuestione que el gobierno actual dialogue con Uribe Vélez, olvidando que es con los enemigos con quienes se hace la paz, y que hay que diferenciar eso de apoyar la impunidad —que de todas maneras no sería asunto del ejecutivo. Es realmente lamentable que, en algunas ocasiones, las críticas —o incluso ataques— hayan sido tan bajos que se ha llegado a comentar superficialmente la apariencia física de quienes comandan el equipo actual de paz, por ejemplo, haciendo referencia a las gafas del comisionado de paz, como si esto fuera realmente relevante para lo que buscamos para el país o se sintieran en mejores manos si los delegados llegaran vestidos de traje conservador. Y yo me pregunto: ¿no habrá, además, enredado en varias de las críticas (y más cuando entran absurdamente a comentar el terreno estético) un asunto de clasismo, de parte de quienes tienen serias dificultades con el nuevo proyecto de paz que, por lo demás, sí apoyaron, a pesar de todos los inconvenientes que tuvo, la propuesta de paz del gobierno de Santos? Sería prudente que cada uno revisara si así es; y esperaría, de verdad, que no cayéramos tan bajo quienes decimos apostarle a un mejor país. Burlarse por este tipo de cosas no es serio ni mucho menos nos hará reflexionar sobre lo que necesita el país; por el contrario, generará más división en una sociedad con grandes problemas para consolidarse de manera más democrática.

La paz debería ser el leitmotiv para unirnos a todos en un frente común, la razón única y suficiente para superar cualquier diferencia o discrepancia y lograr, en conjunto, defender la vida. Porque ante todo debe estar la paz.

Ojalá los arquitectos del anterior acuerdo y aquellos que lo apoyaron entonces, se abran también a la propuesta de vida y seguridad del gobierno actual; un proyecto de paz incluyente, en el que no solo negocian los altos mandos de manera parcializada y alejada de la gente, sino que, al contrario, involucra a aquellos que, desde las regiones, más han padecido la guerra, al tiempo que busca sacar las armas de la política.

Solo haciendo partícipe a la gente, solo llevando a que se apropien de este proyecto, es que se podrá alcanzar una paz social en la que se entienda lo que ganaremos como sociedad si aprendemos a tramitar los conflictos y diferencias de manera madura, civilizada y pacífica, de una vez. Un país que aprenda a convivir con justicia social, entendiendo que hay espacio para todos y que la riqueza y la tierra se deben distribuir mejor; una sociedad en donde prime el servicio social para la paz frente al servicio militar, y la seguridad humana frente a la defensa castrense, traerá necesariamente bienestar colectivo.

Así que las negociaciones de paz con las guerrillas como el ELN, de origen político, en combinación con el sometimiento a la justicia de las bandas criminales de alto impacto, permitirán no solo desactivar a los actores armados de una vez, sino que también buscan reducir los niveles de criminalidad que se reproducen en cada negociación y aquejan a todo el país.

Por todo esto es que la reciente reunión entre Gustavo Petro y Juan Manuel Santos, convocada por la Misión de verificación de la ONU, es tan necesaria para que las críticas construyan y no fracturen a que los cuestionamientos robustezcan los esfuerzos y se empiece a actuar de manera más responsable frente al futuro del país.

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