Velia Vidal
19 Noviembre 2022

Velia Vidal

Movimientos

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Cambio Colombia

En mi más reciente estancia en Bogotá me uní a la sesión que Michelle Harb preparó para un grupo de mujeres. Un encuentro denominado Ser el fuego, definido como un ritual en el que encarnamos el fuego con el cuerpo y el movimiento para quemar y transmutar lo que nos pesa y agobia. Yo, que, para decir la verdad, he sido renuente a rituales y prácticas más corporales o espirituales porque priorizo cosas que asocio con la razón, decidí participar quizá por el duelo que atravieso, para el que no encuentro respuestas ni sosiego en lo que alcanza mi intelecto. Creo que, además, me animó la dulzura y la paz que transmite Michelle.

Hice mi mejor esfuerzo y, en la primera parte que está mediada por la palabra, me sentí completamente cómoda y conectada. En la segunda parte, donde el cuerpo se tiene que hacer fuego a través de la danza, me descubrí rígida, inmóvil, desconectada de un cuerpo que me gusta cuando lo miro al espejo, pero cuyos movimientos no son más que los funcionales. Durante esta meditación con el cuerpo también fueron volátiles mis pensamientos, iba y venía por distintas ideas y me costaba estar completamente ahí, dejando que mi cuerpo se conectara libremente con la música.

“No parece negra”, diría cualquiera. “No baila como negra, no se mueve como negra, aunque evidentemente tiene cuerpo de negra, es negra”.

En pensamientos como este se ocupaba a veces mi mente mientras intentaba bailar; pero se intensificaron especialmente después, mientras buscaba una explicación para semejante desconexión con el movimiento, algo que debería dárseme de manera natural por tratarse de una facultad humana.

Me fui adentrando, entonces, en una idea sobre la que me parece necesario pensar y discutir: tener y expresar públicamente una postura antirracista suele manifestarse corporalmente mediante la autolimitación de ciertos comportamientos y prácticas. De una manera injusta, el peso del racismo se traduce también en que la lucha por las libertades colectivas nos cueste ciertas libertades individuales.

Intentaré explicarlo de manera más precisa.

Con frecuencia señalo las formas en las que somos estereotipadas las personas afro y el modo en el que esos estereotipos afectan negativamente nuestras vidas. Algunos de los estereotipos más recurrentes tienen que ver con la asociación de nuestros cuerpos con el trabajo pesado, la danza, la fuerza o los actos sexuales. Se dice que somos alegres, el alma de la fiesta; voluptuosos, que tenemos genitales grandes; avidez y buen desempeño en el coito. En consecuencia, se han acuñado innumerables dichos y prácticas deshumanizantes; pero también se han tomado decisiones y se siguen implementando políticas públicas que, consciente o inconscientemente, están motivadas por los estereotipos. Bastaría revisar ciertos programas educativos en las poblaciones afro para encontrar que muchos se centran en música, danza y gastronomía.

Pensemos en una fiesta, si alguna de mis amigas no negras se convierte en el alma de la fiesta, los demás pensarán que es su personalidad; pero si yo lo hiciera, lo más seguro es que vaya a ser asociado con mi negritud. Por situaciones como estas, quienes cuestionamos las distintas formas del racismo nos vemos obligados a evitar constantemente cualquier acción que pueda sumar a la perpetuación de un estereotipo, conscientes de que no vamos a ser leídos simplemente como personas, sino como encarnaciones del estereotipo asociado a las personas afro.

Renunciamos a bailar de ciertas formas, a vestir ciertas prendas o a realizar cualquier acción de esas que todos deberíamos poder ejercer con libertad, solo por el peso y el riesgo de la estereotipación. Un peso similar es el que ejerce sobre nosotros la exigencia de ser doblemente buenos en nuestro desempeño académico o profesional en cualquier campo, para desmentir la idea de que contamos con capacidades inferiores.

Cabe precisar que se trata de una renuncia, anulación o autorrepresión que no se ejecuta para buscar aceptación o encajar en ciertos espacios sociales. Lo que perseguimos es el pleno ejercicio de una ciudadanía autónoma, que permita la libertad de construirnos desde el deseo individual y sin condicionamientos derivados de la mirada racista de otros. Algo que sí puede hacer el resto de la humanidad, pero no las personas racializadas.

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