Velia Vidal
3 Diciembre 2022

Velia Vidal

No me toques el pelo

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La Seño Ara, una mujer firme y a la vez cálida que no solo es la dueña de la peluquería Estilos Chocó, sino quien realmente sabe qué debe hacerse cada mujer en el pelo, me indicó que lo mío era pelo kinky en crespos gruesos de dos patas, pegados con crochet.

Las más de treinta peinadoras que rodean a Aracely son expertas en manejo de kanekalón, kinky, otros pelos y en diversos tipos de trenzados, algunas se especializan en extensiones y Leydi, quien fue mi peluquera, en crespos como los que yo me haría ese día.

Disfruté el tiempo en la peluquería. Me deleité con las conversaciones entre Leidy y su vecina sobre otros peinados, técnicas y el costo del pelo. También tuve una conversación profunda con ella sobre la negritud después de que me preguntó si me sentía negra. Se mostró a gusto con que yo afirmara ser una mujer negra teniendo la piel un poco más clara. “Es que hay un poco que no gustan de ser negras y hasta quisieran aclararse la piel, pero yo no, yo me siento feliz de serlo y de tener este color”, me dijo. “Muy bueno que usted también”. Tres horas en la peluquería dan para todo.

Cuando estuve lista, la Seño Ara me ordenó sentarme en un banco donde me harían fotos para su página. Accedí con gusto. Después vinieron los halagos de las personas cercanas y en Instagram, donde publiqué una foto con mi nuevo peinado.

Al día siguiente empezó lo que se iría convirtiendo en todo un tema y motivo de incomodidad. Sin mediar muchas palabras, gente que acababa de conocerme me agarraba el cabello, al tiempo que expresaba algún halago o extrañeza. En Quibdó pasó con unos pocos que andaban de visita; en Bogotá estuve solo unas horas, la mayoría en espacios privados con personas muy cercanas a quienes, de todos modos, no se les ocurrió tocarme. Pero cuando llegué a Guadalajara, mientras caminaba pasillo a pasillo la Feria Internacional del Libro, la situación llegó a volverse abrumadora. Respondí amablemente cada halago y reconozco las buenas intenciones de las personas, quienes repetían una y otra vez que me veía muy bien, que les encantaba mi look y que quedaba fantástico con mis prendas de vestir y estilo; pero no pude dejar de recordar mis épocas de universitaria, cuando me jalaban el pelo en la fila de la cafetería para saber si era real o porque les divertía que se moviera como resorte.

En aquella época me llenaba de frustración y, aunque conscientemente me molesté porque en una nota un supuesto pretendiente me escribió que le gustaba por exótica, no entendía bien lo que escondía todo este comportamiento de los otros hacia mí. Lo intuía, de todos modos, porque al pretendiente le mandé decir que exótica era una rana con plumas.

Quiero insistir en que valoro las buenas intenciones de las personas y sé que todas ellas buscaban halagarme. Muchas lo hicieron desde lejos y con una gran sonrisa: “Me encanta tu pelo”, “amo tu estilo”, “¿ya te dijeron que te queda muy chido?”. Otras me preguntaron si podían tocarme: “¡Tan bonito tu pelo! ¿Puedo tocarlo?” Y hubo un tercer grupo que, directamente y sin mi consentimiento, me agarró los crespos; algunos incluso convidaron a otros a ver y tocar… ¿Eso tan extraño?

Tal como respondí a los desconocidos que preguntaron: no, nadie puede tocar mi pelo, a menos que yo lo invite a que lo haga, a menos que sea alguien de mi confianza. Hay en esto una completa invasión al espacio corporal, como cuando le tocas la panza a una mujer embarazada. Es como si le dijeras a cualquier persona: “Tan lindos tus senos, ¿puedo tocarlos?” “Tan lindas tus caderas, ¿puedo tocarlas?”.

También subyace en todo esto la exotización de los cuerpos negros, en especial los de las mujeres. Si hacemos el ejercicio de invertir las situaciones, que propongo regularmente, podríamos tratar de imaginarnos que a uno de los invitados europeos a la Feria se le hubieran acercado no una, ni dos, ni tres, sino más de treinta o cincuenta personas a preguntarle por su pelo rubio, extremadamente liso y con poco volumen. ¿Le hubieran pedido permiso para tocarlo o simplemente se habrían acercado a deslizar sus hebras de cabello entre sus dedos? Incluso cuesta imaginarlo. Aunque esos rasgos no son los predominantes en América Latina probablemente nos parecen normales y, por supuesto, deseables.

Vale la pena explorar el modo como vemos a unos y a otras, y lo que nos lleva a actuar de cierta manera ante su apariencia.

A una mujer a quien nunca había visto y se mostró muy interesada en tocarme le pregunté por qué quería hacerlo. Dijo que quería saber si era real, si me pesaba, cómo se sentía. Respondí pacientemente a cada pregunta y expliqué que con esa información ya no era necesario que me tocara. Hoy, mientras me quitaban uno a uno los crespos y me deshacían las trenzas en Estilos Chocó, en ausencia de la Seño Ara, me preguntaba cómo puede ser real tanta exotización en nuestra sociedad. Sé muy bien cómo se siente el peso de esto, que recae solo sobre nuestros cuerpos exotizados y no sobre las conciencias de quienes nos ven como extraños.

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