Gabriel Silva Luján
7 Agosto 2022

Gabriel Silva Luján

Tilín, tilín

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A la posesión del presidente Gustavo Petro se le podría aplicar el adagio popular que dice que desde el desayuno se sabe cómo será el almuerzo. En la organización, en los símbolos, en la coreografía, en los discursos y en las actitudes se pueden discernir señales y gestos que permiten interpretar cómo podría desenvolverse el estilo del gobierno.

Sin una disrupción en las formas rituales de posesiones previas -caminata desde el Palacio de San Carlos, presidente y primera dama cogidos de la mano, guardia de honor, juramentos- se fueron introduciendo desde el comienzo símbolos poderosos. Un presidente que lo escolta la guardia indígena y la guardia campesina hacia las escalinatas del Congreso es un reconocimiento a la lucha de las comunidades por defender su autonomía y protegerse de la agresión histórica, pero también a nadie se le escapa su carácter de advertencia.

La posesión del mandatario se hace frente a los poderes públicos, con las altas cortes, los altos mandos y con las autoridades eclesiásticas y políticas presentes. Están allí no como invitados si no como símbolo de la unidad del Estado; pero también para recordarle al presidente que tiene contrapesos, instancias de control, veedores y que su autoridad tiene límites. Sin embargo, los voceros de estos poderes públicos estuvieron literalmente rodeados de una multitud agitada, vociferante, que chifló a varios de los dignatarios mencionados, como para recordarles a los que se atrevan a desafiar el “mandato popular” que siempre existirá ahí, vigilante, la calle. En todo el acto siempre estuvo flotando en el aire la consigna de que el pueblo manda por encima de toda circunstancia institucional.

Sin reparar en las peligrosas consecuencias institucionales y políticas, el presidente del Congreso Roy Barreras le habló con nombre propio a “los narcos” rogando que dejen de matar para que haya paz. En sus palabras brillaron por su ausencia las referencias al papel del legislativo en el control político, una función definitiva para que operen los balances y contrapesos de la democracia.

Con una fórmula retórica poco original, Petro empezó su discurso con referencia a Cien años de soledad. En medio de una lista de ideas de fuerza más que de políticas, se destaca la importancia que le dio a la paz y a la equidad. Dentro de los múltiples proyectos de reforma enfatizó la tributaria, algo que da esperanza de que habrá, por lo menos al principio, un grado de responsabilidad fiscal. En cuanto al tono se percibió un énfasis en buscar consensos y diálogos con la idea de construir acuerdos.

En materia económica, además de repetir sus ideas contra la globalización y el comercio internacional, se reiteró en su visión de que es necesario generar producción para poder distribuir; además incrementar la productividad, promoviendo deliberadamente los sectores estratégicos, una visión muy arraigada en la concepción tradicional de la planeación dirigista. Curiosamente se le oyó a Petro hablar de seguridad ciudadana, planteando que defenderá a los colombianos con una estrategia integral de seguridad que incluye “la persecución a las organizaciones criminales”, algo bienvenido dada la ausencia de esos asuntos en la retórica de campaña.

En materia internacional le puso un gran énfasis en el tema de modificar el paradigma prohibicionista de lucha contra las drogas, promoviendo una solución por la vía multilateral, además señalando a los países consumidores por su inacción. “Sin terminar la guerra contra las drogas no habrá paz”, dijo, pero sus fórmulas no tienen nada de novedoso y han sido intentadas en el pasado con poco éxito en el esfuerzo de crear un marco alternativo para la lucha contra las drogas. En cuanto a la integración latinoamericana propuso ideas desuetas sobre interconexión eléctrica y energética, y no señaló ninguno de los desafíos para Colombia originados en la transición y las tensiones en el sistema internacional.

Aprovechando el pueril gesto del saliente Iván Duque de negarse a facilitar la presencia de la espada de Bolívar, el presidente Petro en medio de la posesión dio la orden verbal para que se trajera este símbolo de la lucha por la independencia y de la historia del M-19. Un gesto populista muy bienvenido por las barras en la Plaza de Bolívar pero que reforzó la impresión, ya sembrada por varios de los ministros designados, de que la entrante administración cree que para gobernar solo basta dar órdenes. En fin, la posesión nos deja con la sensación de mucho tilín, tilín, y poco de paletas. Mala cosa cuando termina el tiempo de la retórica y empieza el de la responsabilidad.

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