Helena Urán Bidegain
6 Junio 2022

Helena Urán Bidegain

Venganza y nada más

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No es fácil hablar desde la intimidad. Dudé sobre el interés que podría generar mi columna anterior en la que explico por qué, a pesar de mis desencuentros con el candidato Gustavo Petro, lo veo como la única opción en estos comicios. La respuesta que recibí me sorprendió. Mucho.

Por eso llevo días intentando entender qué movió a un grupo de hombres encabezado por Sergio Fajardo, autodefinidos como de centro y declarados defensores de los acuerdos de paz, de la equidad, las reformas sociales y medioambientales, a ofrecer su apoyo a Rodolfo Hernández, un señor que ha demostrado interés en todo lo contrario; la única explicación que encuentro es la venganza, aunque sea hasta vergonzoso decirlo.

Parecen indiferentes al momento coyuntural y al bien común, indolentes a su posición dentro de la sociedad y la responsabilidad para con el país; Fajardo y sus amigos prefirieron traicionar los objetivos de su propio proyecto político para aferrarse a la satisfacción de poder rechazar públicamente al colectivo de Petro, escudados, según dijeron, en las ofensas y agresiones recibidas desde el petrismo, movimiento con el que irónicamente en cuanto a propuestas tienen mucho en común.  

Este grupo de hombres optó por exhibir su resentimiento y darle relevancia pública. No se trataba de un asunto de coherencia o de justicia, ni menos aún de dignidad; la venganza es simplemente un acto violento, pero no uno político.

Definitivamente, no es aceptable que se vocifere, agreda y ofenda sin freno como han hecho en redes algunos seguidores de Petro, eso no es algo que aporte avance alguno para el país, pero aquí estoy pensando es en hombres “maduros” de la política, que deberían comportarse a otro nivel porque tienen posibilidades de gestionar transformaciones reales, pero que han optado por transmitir el penoso mensaje de normalizar el placer de odiar; emoción hermana a la venganza racional.

En vez de deconstruir ese impulso y emoción, eligieron cultivarlo y reproducirlo entre quienes sienten una primitiva repulsión a lo que no es igual, en vez de fomentar la toma de conciencia y sacar a tantos de su alienación, los impulsan a más odio y a tolerar el autoritarismo; en vez de humanizar la política la degradan aún más; en vez de pensar en grande y más alla de su nariz, se ahogaron con otros en la enemistad que descompone y polariza al país, que los tiene prisioneros de sus prejuicios y les arrebata la libertad para decidir;  porque el odio al otro no es una opinión, es simplemente una emoción con mucho potencial de destrucción.

A nivel colectivo la decisión del grupo de Fajardo fue mucho más que una simple lección o elección, significó legitimar la corrupción, la explotación del más débil, el irrespeto al estado de derecho, el acogerse al legado de la violencia en todas sus formas, entre otras características que hacen del señor Hernández lo que es: un demagogo peligroso y ellos lo saben bien; la decisión de este grupo de hombres ofendidos me parece egoísta y también perversa porque deciden propiciar y participar activamente de un futuro en el que se presione con más fuerza la rodilla del autoritarismo y la desigualdad sobre el cuello de los millones que intentan respirar; personas que a pesar de ser víctimas de sucesos que han destruido sus vidas trabajan por un país mejor con la esperanza y la capacidad de creer que Colombia sí puede cambiar y avanzar. De esto tiene precisamente Francia Márquez mucho por contar y enseñar.

Sergio Fajardo y su grupo de hombres ofendidos quedan confinados en las consecuencias de sus actos, por su falta de humildad y responsabilidad, desconectados de la esfera pública y sin posibilidad de unión.

Hernández rechazó su propuesta y ahora Fajardo le comunica a cuatro voces al país que no votará por Petro, según él, por una cuestión de dignidad; pero uno podría en cambio interpretar su manera de actuar de los últimos días como una respuesta precisamente a la ausencia de esta facultad. Porque hay que estar despojado de ella para apoyar, con todo su grupo, como ahora también los hermanos Galán con el Nuevo Liberalismo, a un candidato de corte claramente fascista y en la dirección contraria a lo que en algún momento buscaron con sus banderas enarbolar.

Colombia merece, en un momento como estos, compromiso de parte de todos, pero aún más, de quienes, como estos hombres, llegaron a altos cargos de responsabilidad. Desde abajo no desistiremos en buscar el bien común.

Y yo, espero nunca traicionar los valores democráticos y de libertad que aprendí en mi casa y de la lucha que dio mi padre Carlos Horacio Uran con sus compañeros desde el ejercicio de las leyes y junto a otros miles de colombianos más;  porque fue precisamente un sistema autoritario e inhumano como el que ahora estos hombres de centro deciden apoyar lo que los quiso silenciar, y les arrebató la vida. No,  conmigo eso no va a pasar.

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