Helena Urán Bidegain
19 Septiembre 2022

Helena Urán Bidegain

¿Y si Europa devuelve lo que se llevó?

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Recuerdo, en clase de etnología de la Universidad de Hamburgo a principios del 2000 donde cursaba Estudios Latinoamericanos, una estudiante alemana preguntó a un profesor si las piezas coloniales expuestas en museos europeos, incluido aquel en el que él mismo trabajaba, habían sido adquiridas de manera transparente.  El profesor tranquilamente le respondió que estaban en esos museos para mantenerlas seguras pues en los países de origen nadie podía garantizar que no serían deterioradas o robadas, a lo que ella respondió: “Ah, entonces somos nosotros quienes las robamos”.

Y este es precisamente en la actualidad un asunto que genera un gran debate en algunos países del norte de Europa. Ya en 2018 el presidente francés Emmanuel Macron solicitó un informe especial sobre restitución de bienes culturales; el informe partía de mínimo 90.000 piezas africanas expuestas en museos franceses; las recomendaciones generaron gran controversia pues pedían a los museos nacionales franceses que devolvieran los objetos de arte saqueados o llegados a Francia de forma éticamente cuestionable desde los territorios coloniales de África. En 2020 un proyecto de ley dio viabilidad a devolver lo que pertenece a Senegal y Benín, antiguas colonias francesas, pero aún hay mucho más.

Si miramos al resto de naciones europeas e incluso museos estadounidenses, la situación se reproduce una y otra vez. Objetos sagrados usurpados para exponerlos al público de grandes museos del mundo occidental, con lo cual ellos ganan dinero, una práctica que no es ética ni moral. Es un robo que hay que reparar. Porque no se puede desvincular la adquisición de estos objetos con el ejercicio de la violencia y/o a las fuertes relaciones de poder y dependencia entre los países del norte y los del sur. 

Se trata por tanto de un asunto de justicia, un reclamo en el que creo necesario insistir pues, aunque muchos museos están abiertos hoy a una mayor discusión sobre el asunto, a que haya debate e investigación, e incluso llegan a reconocer su responsabilidad, trazan después, rápidamente, una línea, cuando se plantea en concreto la devolución y restitución de los objetos, argumentando que su función como museo es la de cuidar la colección a perpetuidad. 

El caso alemán tiene en particular una relación más fuerte de saqueo con Namibia, territorio que conquistó y masacró; pero también Colombia ha reclamado ya a este país la devolución de unas máscaras sagradas pertenecientes a la comunidad indígena de los koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta. El etnólogo que las llevó a Alemania escribió haberlas adquirido gracias a una oportunidad favorable. Pero podemos, sin pecar de desconfiados, fácilmente entender la asimetría de la que habla y la relación de poder que lo favoreció.

La Embajada de Colombia en Berlín busca concretar las conversaciones con los museos estatales de esa ciudad; empezaron hace algunos años para que las máscaras vuelvan pronto a su lugar de origen.  Esto sería por fin hacer lo correcto,  teniendo en cuenta además que en una ocasión los mamos (sacerdotes kogui) estaban a punto de viajar para atender una actividad/ceremonia en Berlín donde honrarían las máscaras que el museo etnológico de esa ciudad había dicho estar dispuesto a “prestar” ; sin embargo, sorpresivamente en el último momento y estando ya todo montado y listo, dicha institución cultural obligó a la cancelación del evento con la excusa de que no existía un seguro de parte de la embajada para tal fin.

Los países europeos deberían entender más fácilmente la necesidad de restitución, pues tampoco ellos quisieran que alguna pieza adquirida de manera violenta y, además, patrimonio cultural y/o sagrado de su nación, estuviera expuesta en un museo de Bogotá que cobraría por mirar.

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