Velia Vidal
3 Junio 2023

Velia Vidal

Alumbramiento

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Hola señora Velia soy Dunnia Zapata, usted no me conoce, pero hace mucho rato sigo sus publicaciones me gustaría conversar con usted en algún momento. Bendiciones. Era nuestra jueza increíble, la que acababa de salir en las noticias tras haberse ganado en 2022 el premio de sentencias con enfoque de género que anualmente entrega la rama judicial, el otro ganador fue el magistrado Orlando Gallo, quien es mi amigo por cuenta de su poesía. 

Yo había publicado en mis redes la noticia de El Espectador sobre Dunnia y quizá eso la animó a escribirme, luego de las felicitaciones le pedí que conversáramos, que yo quería saber más del proceso. No solo estaba interesada por el valor que tiene esta historia en un departamento como el Chocó, donde paradójicamente, mientras el mundo acaba con este flagelo, aumentan las muertes perinatales y según la Defensoría del Pueblo es el quinto departamento del país con más casos de violencias basadas en género, teniendo apenas quinientos mil habitantes.

El caso me trajo a la memoria a mi hermano Juan David, que nació muerto en el hospital San Francisco de Asís de Quibdó en una época en la que no hablábamos de género y mucho menos de violencia obstétrica, mi familia se dio por bien servida de que no hubieran quedado dos huérfanos de madre, aunque estuviéramos profundamente adoloridos por la pérdida del bebé que esperábamos con ansias. Era mi segundo hermanito, yo lo iba a conocer cuando regresara de mis días largos en Bahía Solano junto a mi otro hermanito, mi papá y mi enorme familia. Cuando llegué corrí a preguntarle a mi mamá por el bebé y aún la recuerdo, con una bata que ya no se estiraba por la panza, delgada y frágil, abrazarme llorando y decirme, a mis ocho años, que el bebé había muerto. Todo esto se me removió, y se me removió el día que, hace apenas dos años, llamé a mi papá llorando al salir de la cita con el ginecólogo que me había dicho en tono vehemente mientras tecleaba: histerectomía total. Abrí los ojos y le pregunté ¿Por qué? Con esa edad, ese útero tan deformado y esos miomas tan grandes, ahí no hay nada más que hacer

Cinco meses después, con el acompañamiento de un gran ginecólogo comprometido y sensible, que empezó de cero a explicarme todo y me permitió tomar la decisión de manera autónoma luego de explicarme todas las opciones disponibles, me despedí de mi útero en un proceso que guarda ciertas similitudes con un parto. Por fortuna estuve cuidada, amada, protegida por muchos, con el acompañamiento de una psicóloga que me ayudó durante meses a prepararme para eso que no es simple, como algunos piensan. También tengo a la doctora Ana María, a quien jamás he visto personalmente, pero lleva ya casi tres años asegurándose de que las hemorragias no hicieran avanzar la fuerte anemia, de que tuviera salud mientras esperaba la cirugía, que no me derrumbara con la violencia obstétrica, que no se limitó al incidente con el primer ginecólogo, y que me recuperara después, como lo merecía. Jamás he parado de pensar en aquellas que no tiene nada de esto.

Tenía mi propia historia con la violencia obstétrica, quizá por eso me llamó poderosamente la atención el compromiso de Dunnia con este caso, así que aproveché que se puso en contacto conmigo para pedirle que conversáramos. La distancia que nos separa en este momento y sus condiciones laborales exigieron que me dejara dos largos audios mientras yo dormía. Esta mañana he escuchado con atención un relato estremecedor de una jueza que abordó este caso con el profesionalismo que exige, sin sesgos emocionales, basada en las evidencias; pero que además sabe muy bien, por su propio cuerpo, por su propia historia, lo que es la violencia contra las mujeres, comprendió a profundidad por su rigor laboral y también como quien anticipadamente ha estado en los zapatos de otro. No en el de una madre que pierde a un hijo, ella no es madre, pero sí en el de una mujer violentada y revictimizada por un estado que no estuvo a la altura de sus circunstancias y no fue capaz de protegerla ni cuando era una recién egresada sin empleo, ni siendo una jueza de la república amenazada, odiada por un hombre que atentó contra su vida, por el simple hecho de ser una mujer haciendo su trabajo. 

A manos de Dunnia llegó el caso que de manera concisa se explica en El Espectador, La demandante era una mujer que estaba en sus treinta años cuando el 13 de febrero de 2017 llegó a urgencias de un centro médico en Quibdó por tener contracciones en su semana 36 de embarazo. Era la tercera vez que iba a dar a luz. Según la historia clínica, la mujer llegó con grado 6 de dilatación y con algunos dolores anormales para su etapa de gestación. La jueza explicó que “en los interrogatorios nos dimos cuenta de que ella llegó al hospital una primera vez en la mañana, pero un médico general la atendió y le dijo que estaba bien, que se fuera para la casa”.
 

De ese primer ingreso al hospital no quedó rastro en la historia clínica. Seis horas después, la mujer regresó al centro médico porque continuaban los intensos dolores y fue allí cuando, una médica general, le dijo que el feto tenía una frecuencia cardíaca muy baja y que tenía, en ese momento, una amenaza de aborto espontáneo. “La médica avisó al ginecólogo de turno, pero él dijo que no podía atenderla y le ordenó que le hiciera unos procedimientos por teléfono”, le explicó Zapata a este diario.

Aunque una vez más se trataba de papeles fríos que no logran transmitir el alcance de los hechos, su experiencia de vida, su mirada aguda y su curiosidad con los asuntos de género y violencia obstétrica, sus conversaciones con amigas de Quibdó en las que reiterativamente aparecía en boca de los médicos la frase ahora es que le duele. Cuando lo estaba haciendo no chillaba, le permitieron a esta jueza que nos enorgullece, adentrarse en el caso con una mirada iluminada. 

Ella es jueza administrativa, se ocupa de casos contra el Estado y sus instituciones. En la audiencia de recolección de pruebas corroboró cosas que ya intuía, evidenció la revictimización a la madre y la familia, se enfrentó al dolor y la angustia de un hecho que, tras cinco años, ardía igual en las víctimas y en la médica que, si bien cometió un error en el documento de deceso, estaba en un hospital que no brindó garantías ni a los pacientes ni a su equipo de trabajo y por eso la jueza determinó que existió una responsabilidad del estado a título de falla del servicio.

Algo más noté en nuestra conversación, una red de mujeres se desplegó alrededor de la madre que fue víctima. La enfermera que vio el trato del primer médico: usted va a alumbrar en seis horas, seguro la médica del siguiente turno sí la va a atender bien. La médica del siguiente turno, que efectivamente la trató bien e hizo todo por salvar al bebé, pero ya era tarde para que este niño deseado llegara vivo en un hogar donde lo esperaban dos hermanitas y un papá. La médica forense, cuyo informe, que demostraba el testimonio de la víctima, fue subvalorado y puesto en duda, y la jueza por supuesto, Dunnia Zapata Machado, una chocoana que nos da esperanza y alienta a las mujeres a no quedarnos calladas, a denunciar, a insistir frente a un Estado que la mayoría de las veces nos incumple pero que de vez en cuando es alumbrado por servidores capaces, sensibles y comprometidos como ella.  

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