Joaquín Vélez Navarro
14 Marzo 2024

Joaquín Vélez Navarro

Apatía e impotencia frente a la atrocidad

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El domingo pasado la película La zona de interés se ganó el premio Oscar a la mejor película extranjera. La película, en la que no pasa mucho pero que ocurre en un mundo en el que está pasando lo inimaginable e indescriptible, muestra una cara distinta del holocausto: la de la cotidianidad de uno de sus perpetradores y su familia. A lo largo este largometraje, en el que su director Jonathan Glazer hace una adaptación a su manera de un libro de Martin Amis que lleva el mismo nombre, se presenta el día a día de la familia de un comandante nazi que vive al lado de uno de los sitios de exterminio más aterradores en la historia de la humanidad: el campo de concentración de Auschwitz. 
 
A pesar de la existencia del campo, que Glazer nos recuerda tenuemente a través del magnífico sonido de la película, así como por ciertas imágenes que aparecen a lo largo de la misma, la familia del comandante, que incluye a su esposa y a sus hijos, es absolutamente ajena e indiferente al horror y a la atrocidad que tienen de vecinos. Viven en un mundo paralelo y feliz, en una casa grande, con un lindo jardín, en donde disfrutan de su vida en familia y con abundancia. Por el contrario, al otro lado del muro de esa casa, aunque la cámara de Glazer no nos lo muestre explícitamente, el ser humano está siendo degradado y sometido a los niveles más altos de humillación, crueldad y sufrimiento.   

Antes de ver la película, alguien que la vio y me la recomendó me dijo: “el otro día me vi Poor Things (Pobres criaturas, por como fue traducida en Colombia), y aunque me gustó, me pareció una película sórdida, aturdidora y retorcida. Hoy me vi La zona de interés y es mucho más aterradora, el ser humano definitivamente está podrido”. Y sí. La indiferencia, la normalidad, la calma y la felicidad de esa familia que se encontraba en la puerta de uno de los campos de concentración más atroces resulta mucho más escalofriante que un monstruo que surge de poner el cerebro de una hija en el cuerpo de su madre, como ocurre en Pobres criaturas.  

Pero no solo la indiferencia o falta de empatía por parte de los protagonistas es lo que resulta impactante. A muchos también les ha impresionado lo común y corrientes que son los personajes. Podrían ser, como también lo describió magistralmente Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, cualquier otra familia. No sé requería de almas podridas para llegar a esos niveles de maldad, apatía e indolencia. En últimas, esto se dio porque ese horripilante sistema logró deshumanizar a los del otro lado del muro, al presentarlos como cucarachas y no como seres humanos.   

Ya han pasado varios días después de que vi la película y no he podido parar de cuestionarme. En especial por nuestra indiferencia frente a varias de las tragedias que están ocurriendo en la actualidad. Desde el conflicto en el Congo, en Ucrania y el que existe entre Israel y Palestina, hasta la larga y sangrienta guerra en Colombia, por mencionar solo algunos ejemplos. El mundo, a pesar de todo lo que nos ha enseñado la historia, sigue dándole la espalda a estas situaciones que aunque son muy distintas de lo que fue la Shoah, no dejan de ser igual de aterradoras y desoladoras. En este momento, todos somos testigos directos de lo que está pasando, y aunque no lo sentimos y vemos en la puerta de nuestro hogar, sí lo vivimos de primera mano desde nuestras casas a través de la tecnología. Seguimos siendo incapaces (y somos demasiado insignificantes, al parecer), sin embargo, para lograr que las cosas cambien y que se pare con tantos niveles de maldad. Por mucho que se diga, o que se calle, lo inimaginable sigue ocurriendo. Mientras tanto, nuestras vidas transcurren en casi absoluta normalidad. Desolador. 
 

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