Rodrigo Botero
17 Marzo 2024

Rodrigo Botero

Arauca, Piedemonte y Sabana, historias de crisis y resiliencia

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Los datos de temperatura global siguen indicando que el planeta registra los niveles históricamente más altos desde la época preindustrial. Ayer, Arauca estaba a 37 grados al mediodía, y las sabanas se veían más amarillas y resecas que de costumbre. Recuerdo cómo el humedal del Lipa sigue perdiendo su espejo de agua, en medio de plataformas, arroceras, vías, diques, ganado, y esperando siempre volver a ser declarado un Área Nacional de Conservación. ¡Soñar no cuesta nada! Pero ni esos picos de temperatura, ni la degradación de bosques o sabanas son la preocupación de la gente, pues hoy están más que nunca en riesgo sus vidas como consecuencia del conflicto armado entre el ELN y el EMC, en medio del Cese al Fuego declarado en las mesas de negociación. ¡Vaya paradoja!

La región del piedemonte araucano es una zona agrícola con tremendo potencial, especialmente en la producción de plátano y cacao. Una delicada y paciente decisión de organizaciones sociales ha ido construyendo un tejido productivo muy poderoso que llama la atención, pues se ha sobrepuesto a adversidades como no tener vías de acceso al mercado nacional, o más aún, al mercado con Venezuela. Todo lo anterior, en un escenario donde no hay coca, a pesar de la “lógica fronteriza” de aparición de este fenómeno, lo cual significa también una condición social que ha resistido a los intentos de grupos armados residuales por reactivar esta acción. 

Arauca tiene un hato ganadero importante que genera leche y carne en volúmenes considerables para la economía regional; así mismo, tiene una producción de petróleo que si bien no está en su pico productivo, sigue estando en las cuentas nacionales, y con actividades en parte importante de su territorio. A pesar de haber sido mal llamada “Arauca saudita”, hoy el departamento no cuenta con seguridad energética para todos sus habitantes, y sigue estando en el primer lugar de “elefantes” botados a su suerte con obras monumentales abandonadas, y evidenciando el terrible rastro de la corrupción histórica que se ha tragado esos recursos que correspondían al pueblo araucano.

Existen más de medio millón de hectáreas entre el Parque Nacional Cocuy y el Distrito de manejo Integrado del Cinaruco, con un potencial aún inexplorado, y donde los araucanos señalaban cómo se dolían de no poder hacer campañas de turismo cuando su territorio está catalogado como uno de  los más conflictivos del país. Numerosos ríos bajan del piedemonte, entre Arauca y Casanare, cuyo potencial hídrico aún no se ve reflejado en la disponibilidad de agua potable o para desarrollo agrícola, y por el contrario, los desvíos de ríos para arroceras, o disturbio de esteros y humedales con la actividad petrolera, son parte del paisaje común. 

Escuchando a su gente, contando cómo era imposible ir del piedemonte a la sabana o visceversa, por ser señalados por los grupos armados, de ser parte del “otro”, es difícil no cargarse con la angustia general. La solicitud de mujeres defensoras de derechos humanos, preguntando por personas desaparecidas, sin noticia alguna, pone de presente la urgencia de resolver esta condición, de urgencia humanitaria. Igual, la sensación de extorsión o temor a ser “llamado” por alguna de las partes, y luego “ajusticiado”, es general, y por tanto, de vulnerabilidad. 

En un departamento de tan solo 300.000 habitantes, con más de 2,3 millones de hectáreas, recursos naturales, producción agrícola, pecuaria y petrolera, arraigo cultural, conexión fronteriza, es difícil pensar que no haya una salida a su crisis. No es solo un asunto de seguridad o de acuerdos de cese al fuego multilateral. Pasa definitivamente por un acuerdo social y político, donde las diferentes expresiones puedan llegar a acuerdos básicos de coexistencia. El acceso a la formalización de la tierra, a la educación superior o tecnológica, la conectividad y comunicación, a la justicia, al empleo y desarrollo económico, a la salud básica, a la energía, parecen temas obvios, pero que tristemente están aún lejos de la mayoría de comunidades en Arauca, tanto rurales como urbanas. Pero hay pistas de cómo abordarlo, como lo vimos claramente en las voces de sus gentes. 

Las transformaciones territoriales son una urgencia dentro de cada zona del país donde la conflictividad arrecia; la decisión y valentía de las organizaciones sociales para exponer sus planteamientos de solución, deben ser recogidas por todos los gobiernos locales y regionales. En el caso de Arauca, hay una interesante confluencia de actores territoriales, donde el diálogo de actores sociales puede ser una guía a ser adoptada en las mesas de diálogos, las cuales necesariamente deberán empezar a confluir y articular acciones y agendas. Por ahora, ¡gracias, pueblo araucano! 


 

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