Federico Díaz Granados
24 Marzo 2024

Federico Díaz Granados

El lenguaje de los mapas

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Siempre tuve una fascinación por las clases de geografía y en especial disfrutaba de las tareas de dibujar mapas. Calcar los croquis de ciudades, países, cordilleras y océanos en pliegos de papel mantequilla para luego colorearlos, era una de las formas de aproximación a la alegría. Así aprendí las capitales del continente y luego las de Europa, algunas de Asia, África y Oceanía y el origen de algunos ríos y la altitud de algunas montañas. Por esos días de la década de los ochenta, Colombia estaba dividida en departamentos, intendencias y comisarías y Bogotá era un Distrito Especial al que se anexaban los municipios de Engativá, Fontibón, Suba, Usme, Usaquén y Bosa. Esto último lo aprendí en el libro Así es Bogotá: geografía visualizada del Distrito Especial de Isabel Holguín de Gómez y que era texto obligatorio en segundo de primaria. También aprendí en aquellas clases de geografía que esos dos picos nevados que algunas veces veía desde la ventanilla derecha del avión cuando viajaba a pasar vacaciones a Santa Marta eran los picos Colón y Bolívar de la Sierra Nevada los puntos más altos del país. El origen del río Magdalena siempre tuvo para mí un halo de misterio, sobre todo cuando mi profesor de teatro Fabio Poveda Quevedo murió trágicamente allí tratando de saltar de una piedra a otra en ese estrecho origen de nuestro río cardinal dos días después de habernos dirigido la obra Bochica en la que interpreté a nuestro personaje mítico con unas barbas blancas hechas de lana. 

Desde entonces mi afición a los mapas reales o imaginarios ha sido fundamental en la formación de mi imaginario universal. En las bibliotecas busco siempre las mapotecas y puedo pasarme horas observando los detalles del lugar que ocupan en el mundo mis ciudades amadas. También me ha permitido comprender cómo nacen las fronteras y cómo estas son imaginarias porque la superficie terrestre con sus accidentes y diferencias es la misma para que la habitemos los seres vivientes. “Las fronteras son aquellas cicatrices que nos han dejado las guerras” le escuché decir alguna vez al poeta ruso Yevgeny Yevtushenko. Ahora tengo en mi biblioteca algunos atlas de todos los estilos y temáticas. Desde mi antiguo Atlas Aguilar hasta atlas de ciudades imaginarias y fantásticas, bíblico hasta unos recientes del cielo y el infierno y de islas fantasmas. Y es ahí donde precisamente reside mi fascinación: en la estrecha relación entre esas cartografías, la imaginación literaria y en la forma en que la mirada humana ha modificado latitudes, ha inventado continentes y ha ubicado, según su intuición, montañas e islas en dichos mapas. 

No hace mucho pude ver en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en Washington el famoso mapa de Waldseemuller, conocido también como "registro de bautismo del Nuevo Mundo" por ser la única copia donde está inscrito el nombre de América a la altura de lo que conocemos hoy como Brasil. Este mapa fue adquirido por la Biblioteca del Congreso por 10 millones de dólares y data de 1507, en él, los cartógrafos reconocen que fue Américo Vespucio el primero en ser consciente de haber llegado a un nuevo mundo y no de haber descubierto una nueva ruta a las Indias.  Allí se ve a la izquierda del mapamundi a nuestro continente como una figura alargada donde la parte sur es exageradamente más grande que el norte y Centroamérica es un delgado canal que une a los extremos y las Antillas como un montón de archipiélagos cercanos al norte. Me emocionó ver ese primer mapa de “Nuestra América”, como la llamaría José Martí, comprobar ese “nudo de nuestra soledad” que García Márquez mencionara en su discurso 'La soledad de América Latina' al recibir el Premio Nobel de Literatura: “El Dorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos”. De alguna forma, al mencionar al navegante Florentino Antonio Pigafetta nos muestra a todos que los cronistas también fueron una suerte de cartógrafos y que de sus miradas e imaginaciones vienen nuestras grandes certezas de hoy. 

El “Efecto Fata Morgana”, aquellos espejismos que se producen por cambios de temperatura en la atmósfera y que cambia trayectorias de la luz provocando distorsiones y visiones como castillos en el aire, islas, acantilados, entre otros, despistó a muchos navegantes y geógrafos que ubicaron durante siglos lugares inexistentes en los planos del mundo. Por eso aquellas visiones poéticas no están exentas de belleza y de misterio y de leyendas que han dado origen a relatos literarios. Y no eran mapas mentirosos, sino que interpretaban la mirada de un tiempo y una época. Por eso la influencia de los mapas en la memoria humana nos revela mucho sobre cómo percibimos y comprendemos el mundo que nos rodea: son testigos silenciosos de la historia.

Por eso en la era de Waze, GPS, Google Maps y Google Earth y tantas otras aplicaciones para ubicarnos en el mundo y que son de gran utilidad en viajes de turismo, los viejos mapas nos recuerdan otras rutas y otras posibilidades que nunca nos darán las aplicaciones digitales y son las de interpretar la historia, la cultura y las relaciones entre las personas y el territorio no solo para situarnos en el mundo físico, sino para que entendamos mejor nuestro lugar en él y sepamos cómo llegamos hasta aquí. Los mapas no solo nos ayudan a llegar a nuestro destino, sino que también nos guían en nuestro viaje hacia una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que habitamos.
 

Robert Louis Stevenson dibujaba mapas para contarle a su hijo historias de piratas sin saber que eso daría lugar al nacimiento de una obra fundamental de la historia literaria del mundo: La isla del tesoro. Quizás cuando se arme, por efectos de la naturaleza, nuevamente el rompecabezas del mundo y Suramérica encaje perfectamente con el suroccidente de África y todos regresemos al Mediterráneo aparezcan en esos nuevos mapas de futuro esas ciudades y continentes imaginarios pero que ya son reales en el corazón de todos gracias a la literatura y podamos reconocer los relieves y croquis del lugar exacto donde están Macondo y Comala o el Condado de Yoknapatawpha de William Faulkner, la Santa María de Onetti y la Tierra Media de J.R.R.Tolkien y futuros navegantes quieran llegar allá buscando un nuevo Dorado, nuevas islas llenas de tesoros y emprendamos nuevos viajes al centro de la tierra para encontrar futuros mitos que nos definan y lenguajes que nos nombren y canten. La literatura como otra forma de la geografía humana.

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