Federico Díaz Granados
11 Marzo 2024

Federico Díaz Granados

La memoria de la estirpe

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El lunes 13 de julio de 2009 estaba en la Ciudad de México en una estancia de tres meses de creación literaria en la Casa Refugio Citlaltépetl bajo el nombre de Beca Álvaro Mutis. Aquel día a las cinco de la tarde me recibiría en su casa Gabriel García Márquez. Siempre era un acontecimiento un encuentro con el mayor autor de nuestra lengua. No lo veía desde la apoteosis del 26 de marzo de 2007 cuando Cartagena de Indias explotó de júbilo en la inauguración del IV Congreso Internacional de la Lengua Española y se presentó la edición conmemorativa de Cien años de soledad. Aquella tarde mexicana le llevaba al gran Gabo algunos regalos y unos encargos que su prima Margarita Márquez Caballero le enviaba y en los que incluía recortes de prensa, correspondencia que llegaba a su domicilio en Bogotá y algunos libros entre ellos De Gabo a Mario que hojeó con atención y detalle. Yo le llevaba los tres tomos de la selección de los discursos de los Premios Nobel de Literatura que había publicado la editorial Común presencia bajo el cuidado de los poetas Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio. Cada tomo traía en las portadas las fotos de los autores incluidos. En total eran treinta y tres galardonados con sus respectivos discursos de recepción. Por supuesto estaba incluido La soledad de América Latina y como bonus track los editores incluyeron el Brindis por la poesía.

Ese día Mercedes Barcha estaba con gripa así que no pudo estar en la visita. Eran los días en que todos creíamos morir por el H1N1, conocido como la gripe porcina, que amenazaba con volverse pandemia y que tenía como epicentro precisamente la Ciudad de México. Por su parte, la fiel asistente Mónica Alonso andaba resolviendo unos problemas técnicos con el computador y atendiendo al ingeniero de sistemas. Eso me permitió hacer una visita tranquila, sin interrupciones y en la que, como siempre ocurrió, García Márquez le daba importancia a su interlocutor. Ya empezaban a notarse algunas fallas en la memoria, pero recordaba los nombres cercanos. Mi abuela Margot, a quien él llamaba “La memoria de la estirpe” y cuya correspondencia hace parte de los archivos que reposan en Harry Ramson Center en Austin, era su prima hermana. Así que conversamos mucho de ella, de que ya ella había perdido por completo la memoria. Me repitió algunas preguntas, pero siempre desde la orilla de la lucidez y el afecto. Cuando le entregué los tomos de los discursos de los nobel nos pusimos a hacer el ejercicio de reconocer quién era quién en cada foto. Los reconoció a casi todos los treinta y tres autores y habló con especial afecto de Derek Walcott y Saramago. Me pidió que le contara algunas crónicas recientes de política colombiana y al final me firmó algunos libros entre ellos la primera edición de La Hojarasca para mi amigo el poeta Ramón Cote Baraibar. Como siempre, fue muy cuidadoso de revisar con disimulo que se no se tratara de una edición pirata y miraba la página legal y algunas interiores. Sobre el final de la reunión, Mónica Alonso se despidió y dejó sobre la mesa central del estudio una copia impresa de En agosto nos vemos. No podría decir a ciencia cierta qué versión era, pero sobre aquella mesa quedó esa versión acabada de una novela cuyo adelanto ya habíamos leído muchos en la revista Cambio de marzo de 1999.  Ahora que aparece publicada la novela, el editor Cristóbal Pera comparte un manuscrito del 5 de julio de 2004 con un “Gran Ok final” de puño y letra de su autor. Cinco años después Mónica dejaba sobre la mesa central una versión nueva que, sin duda, creo yo sería la definitiva. 

Al igual que pasó hace poco con la canción inacabada de John Lennon Now and Then García Márquez triunfa como el Cid Campeador después de muerto. Es, citando palabras que él mismo escribió a propósito de la muerte de Lennon, “una victoria mundial de la poesía”. Que llevemos toda una semana hablando de García Márquez, avivando debates y conversaciones es un triunfo de la poesía sobre la barbarie de estos días en el mundo. Que el libro se esté vendiendo a grandes velocidades es también un triunfo de la palabra escrita y de los inolvidables relatos que nos definen. Muchos nuevos lectores tendrán este pretexto para llegar por primera vez al mundo garciamarquiano y se animarán a leer sus obras colosales que hacen parte de los grandes monumentos literarios de la humanidad porque él ya es un épico de nuestro tiempo. Y que muchos lectores celebren su publicación, así como muchos otros lo lamenten y critiquen a sus hijos Rodrigo y Gonzalo por esta decisión es porque, de alguna forma, todos lo sentimos parte de nuestra vida y de nuestro relato histórico. A mí me gustó esta novela, que me la leí de un tirón y disfruté sus raptos de poesía y sus guiños y referencias a obras literarias, musicales y cinematográficas que también amo. Si la comparo con el corpus de la obra de García Márquez, seguro resultará menor dentro de ese universo multifacético pero que si la contrasto con muchas tantas obras que se publican hoy, muy de moda por estos días, tan fragmentarias y por momentos inacabadas y carentes de poesía como instrumento supremo del lenguaje, En agosto nos vemos me resulta de lejos superior. El final me sorprendió y ratifiqué que en cada página de García Márquez se llena de prestigio el idioma.  Yo me leo de mis autores favoritos hasta una servilleta, papelitos sueltos o una libreta de teléfonos de su puño y letra. Corro por sus diarios, cartas, borradores y textos sueltos si es el caso. No es la excepción con García Márquez cuya novela póstuma me parece mejor, por ejemplo, que la más reciente de Vargas Llosa, Le dedico mi silencio, escrita en pleno ejercicio de su lucidez.

El debate sobre la conveniencia o no de la publicación de obras póstumas creo que le quedará al tiempo quien siempre sabe decantar y poner en su justo lugar las cosas. Ahora estamos en la contingencia y la coyuntura, pero, insisto, en que es un “triunfo de la poesía” que llevemos todos estos días hablando de literatura, evocando a grandes autores cuyas obras mayores o menores se publicaron mucho después de sus muertes y siento que invita a sus lecturas y, sin duda, a propiciar nuevas conversaciones. Sin embargo, otros defienden que estas obras ofrecen una perspectiva invaluable sobre sus vidas y obras, enriqueciendo nuestra comprensión de sus herencias literarias. En este caso la publicación de En agosto nos vemos contribuye a ampliar la visión de lo que fue la carpintería literaria de nuestro premio nobel en la etapa final de su vida y aporta elementos nuevos a la preservación y celebración de su legado. 

García Márquez es y seguirá siendo una leyenda que define no solo una época, sino también una cosmovisión y una forma de entender el mundo y sus complejidades y nos recuerda que todos somos parte de la misma gran epopeya: la búsqueda del sentido y del origen y nuestro papel en un mundo lleno de horrores, maravillas, amores, desamores y desafíos infinitos. Ese también será su triunfo sobre la parábola de la soledad que tanto lo preocupaba, así como le alarmaba la pérdida de la memoria cuando ya habita en la memoria del mundo.

Aquella tarde en la que Mónica Alonso dejó sobre la mesa la copia impresa de En agosto nos vemos me despedí de Gabo con un beso en la frente. Me enterneció verlo tan parecido a muchos viejos de la familia entre ellos mi abuela Margot. Al llegar a Casa Refugio esa noche lleno de anécdotas y emociones llamé a mi padre a contarle el relato. Al contestar me dijo que acababa de morir mi abuela. Fue mi manera de despedir a la “Memoria de la estirpe”. 
 

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