Rodrigo Botero
24 Marzo 2024 04:03 pm

Rodrigo Botero

La selva en cenizas, ¿Oportunidad en la mesa? Parte I.

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Durante las últimas dos semanas he recorrido por tierra y aire los bosques de Meta, Guaviare y Caquetá, quedándome con una desazón profunda, tan honda como la espesa capa de humo que se ve en toda la superficie, desde Mapiripán hasta el Caguán. La deforestación no bajará por una acción de presión armada unilateral, o por decreto y voluntad gubernamental.

Al cierre de esta columna, veo que han declarado la alerta ambiental en Bogotá por mala calidad del aire pero no hay emergencia humanitaria por lo que está viviendo la población en la zona. He visto cientos de kilómetros de trochas nuevas, al igual que corrales, vacas, cercas, cocales, y mucho bosque en el suelo, que aún falta por quemar, al igual que lo sucedido con pastizales, rastrojos y sabanas. Seguramente el espacio no me dará, por lo que esta columna contará solo una parte de lo visto. 

En la Serranía de la Macarena, las primeras señales se ven alrededor del río Sanza, un hermoso cauce encajonado en la punta norte del Parque Nacional, el cual está siendo devastado a punta de candela y motosierra. Ni su cercanía al cañón del Guejar, al ecoturismo creciente o sus profundas cascadas sobre paredes del precámbrico, tan numerosas como únicas, han podido motivar el cambio de esta tendencia, ni mucho menos la presencia de una base militar como la del Cerro Miraflor, que como otras, solo es un espectador pasivo (¿o parte de?), en el mejor de los casos, del desastre ambiental. La terrible salida del ECTR Mariana Paz es el símbolo más claro de la pérdida de control territorial a pocos kilómetros de la capital del Meta, y de allí para abajo, hasta La Tagua. 

Bajando por los dos flancos de la serranía, esta se encuentra cada vez más cercada, y por ende la conectividad con los Andes, la Amazonia y la Orinoquia, vulnerada y en estado crítico. Pero algo muy grave se viene dando en los últimos años, y es la reactivación de una trocha que cortaba la serranía, de este a oeste, por el caño Santo Domingo, yendo a salir al río Duda, hacia La Julia. Poco a poco, la trocha se ido descubriendo a cielo abierto, entrando gente, lotes, coca, otras cosas inmencionables, e inclusive, en el verano, cuentan que ya están pasando de lado a lado en moto. Literalmente, se aísla la cabeza norte de la serranía y se pierde toda la conectividad, anunciando su colapso, que nada importa a quienes la promueven. Simpático, por decir lo menos, la trocha sale casi sobre un puesto de control militar donde los soldados ven su Tik-Tok juiciosamente. Una muestra más del colapso de esa fórmula simplista y desproporcionada. 

Pasando el río Guayabero, al occidente de la serranía, se observa cómo la consolidación de un modelo ganadero, de escala semi-intensiva, doble propósito, articulado a mercados, se ha expandido. Ejes viales de occidente a oriente atraviesan lo que fue el parque, y llama la atención, el orden y planificación del proceso, en donde se desarrollan los nuevos asentamientos a lado y lado de los ejes viales, así como las presas de agua, los corrales cubiertos, las cercas eléctricas, los tanques de frío. Dejando de lado el tema de la sobreposición con el área de conservación, debo destacar que no hay un solo proceso orientado por el Estado colombiano que haya sido realizado con la rapidez, efectividad y dimensión que ha tenido este proceso, ya sea en Tinigua, Yari o  Mapiripán. La incapacidad histórica del Estado para orientar un proceso de colonización y dotación de servicios, es dramáticamente avasallada por un fenómeno de esta naturaleza, el cual representa una alternativa para mucha gente; el asunto es que no solo unos pequeños campesinos vulnerables se benefician, sino particularmente grandes inversionistas. Por ejemplo, usando los datos del ICA, en Guaviare, alrededor del 50 por ciento de los ganaderos tienen ente 100 y 500 animales, considerado mediano, y entre el 22 por ciento de los ganaderos. 500 y más de 1000 bovinos, gran ganadero. Solo el 28 por ciento de los ganaderos tienen menos de 100 animales, lo que se puede considerar pequeño ganadero. ¿Es claro quién se beneficia con la deforestación y apropiación de tierras? 

Lo evidente es que esta máquina de transformación territorial hace trochas a una velocidad que el Estado jamás tendrá, no solo por los procesos de estudios, planeación, diseño y ejecución, sino porque su burocracia y corazón están lejos de estos territorios y su gente. Aquí, la gente, cada junta y familia, han puesto plata para pagar cada kilómetro, quiera o no. Además del dolor que significa hacerlo de esa manera, también genera apropiación social, porque esas trochas no se las quitará nadie, así sean hechas en el “Edén”, pues esas consideraciones no pasan por la supervivencia diaria de la gente en el campo. Tierra, vías, medios de producción, son puestos por un agente no estatal, que lo reemplaza con eficacia a pesar de sus formas, toscas e impositivas. También, para quienes es útil la inexistencia de restricciones al tamaño y uso de predios baldíos ocupados. Así, ¿para qué la titulación o el Catastro? El negocio es la tierra, socio. 

La coca se ve entrando de la Macarena hacía el Duda, y bajando del Guayabero hacia La Tunia. La gente nos ha contado de su sufrimiento por la falta de compradores, también sobre la “obligatoriedad” de sembrar un pedacito, así como de una chagra de comida. En el Inírida, en Caño Makú, en la cabecera del Camuya, hay mucho movimiento. Pareciera que una expectativa de mediano plazo, así como la dinámica de lo que ocurre hacía el Brasil, le da combustible a la expansión de los cocales, casa por casa, pero con mirada regional, y decisiones de gran escala. Otra vez, planificando en grande. 

Desde Barranco Colorado, en Puerto Rico Meta, hasta El Billar, en Cartagena del Chairá, ya hay conexión vial, y claro, todo un eje de desarrollo regional. Cientos, miles de vacas, terneros, novillos, toretes gordos siguen entrando en pastos nuevos que los esperan con suelos frescos recién deforestados y con la ceniza ayudando a la brachiaria, inclusive en la mitad de Chiribiquete. Mientras cuento vacas en el resguardo Nukak, o en Yaguara,  o veo la conexión del sur del Yari con el río Caguán, aparece la imagen radiante de quienes celebran la apertura de mercados internacionales para la carne. Estímulo perverso que llaman. Entretanto, la propuesta de ley de trazabilidad duerme el “sueño de los justos”, o naufraga en ese caos legislativo. El Congreso, otra vez, el de siempre. 

Lo dije hace unas semanas, y lo repito: a pesar de la voluntad, las ministras de Ambiente y Agricultura no pueden desarrollar su agenda, pues están bajo presión armada, aunque hay toda la expectativa y legitimidad para su entrada el territorio. Igual a otras agencias ambientales o de agricultura, aún no se levanta la alcabala. Los países y agencias que acompañan el proceso pueden ser una luz en este momento de crisis para esta región y tema crítico de destrabe en la mesa. 
Por otro lado, en el acuerdo de transformaciones en San José, entre el gobierno y el EMC, se pusieron sobre la mesa los temas estructurales que están relacionados con esta deforestación de gran escala: la titulación de tierras, la rezonificación de los parques, los planes viales, la reconversión ganadera, la transformación de las economías cocaleras, entre otros. Llegó la hora de que las organizaciones sociales, las no gubernamentales y del Estado, la Academia, el sector privado, entre otros, tengan asiento en el desarrollo de la agenda de diálogos entre el EMC y el Gobierno colombiano. No hacerlo y seguir insistiendo en desconocer la realidad territorial, y esperar que sea solo la institucionalidad gubernamental la que resuelva este conflicto socio-ambiental, nos puede llevar al fracaso sin retorno. 

 

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