Velia Vidal
4 Febrero 2023

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El pasado diciembre se difundió ampliamente la denuncia del artista Luis Eduardo Gutiérrez, conocido como Luis Eduardo acústico, por haber sido víctima de un acto racista en el centro comercial Santa Fe, en Medellín. Los vigilantes del lugar aseguraban haber visto en las cámaras de seguridad que el joven estaba pidiendo dinero a los clientes y basados en eso le solicitaron que se retirara de las instalaciones. Aunque Luis Eduardo explicó que se había acercado a un par de personas a preguntar por un establecimiento de comercio y que su pareja lo estaba esperando en la zona de comidas, donde habían ordenado algo, los vigilantes insistían en que debía retirarse y en decir que sí estaba pidiendo dinero, pero no accedían a mostrar las evidencias que daban cuenta de la supuesta mendicidad. Los detalles y el desenlace del hecho pueden verse en las redes sociales. 

Aunque aparentemente fue fácil para la ciudadanía comprender lo razonable de la denuncia por la evidente discriminación y la falsa acusación, creo que este hecho nos ofrece una oportunidad para desentrañar una de las claves del racismo cotidiano e interpersonal.

La situación me hizo pensar en dos hechos que viví previamente y que comparten la misma esencia. 

Pilar y yo publicamos una fotografía en nuestras cuentas de Instagram de un bello encuentro que tuvimos en un viaje. Una de sus seguidoras escribió como respuesta a la publicación de Pili: “Ella tiene cara de Damaris”, refiriéndose a mí. Damaris es el personaje principal de La Perra, la exitosa novela de mi amiga, protagonizada por esta mujer negra y empobrecida del Pacífico colombiano.

En una ocasión estaba haciendo un taller con niños y niñas de Quibdó y les pedí que observaran atentamente la exposición del fotógrafo El Murcy, en la que retrata distintos ángulos y posiciones de boxeadores embera en el coliseo de boxeo de Quibdó. Luego de la observación les pregunté a los participantes qué veían y ellos respondieron con seguridad que se trataba de muchachos pobres que boxeaban. 

Bien, lo que hay en común en estas historias en que las personas que miran no ven lo que somos realmente, sino lo que ellos creen que somos, de acuerdo con nuestra apariencia física y en particular con nuestra condición racial. 

Para los vigilantes del centro comercial, Luis Eduardo no podía ser un visitante con alto poder adquisitivo, ni siquiera un cantante exitoso (considerando que por los estereotipos somos más asociados con la música), sino que era un mendigo. Para ellos, ¿qué más podía estar haciendo un joven afro al acercarse a otras personas del centro comercial, sino pidiendo dinero?

Yo no podía ser otra escritora, amiga de Pilar, otra invitada especial al evento internacional que ocurría por esos días. Para la lectora, ¿de qué más podría tener cara yo, sino de la mujer negra y empobrecida que describió Pili en su novela?

Para los niños y niñas de mi taller, los jóvenes embera no eran deportistas; ante sus ojos, su condición racial solo permitía calificarlos como personas pobres. 

Precisamente de esta manera es como se configura la mirada racista. Ni la lectora ni los niños y niñas cometieron una acción de segregación o de vulneración de derechos contra los deportistas o contra mí, pero en ambos casos, como en el de Luis Eduardo, operaron las ideas que nos asocian con ciertos estereotipos o nos ubican en un lugar de inferioridad, solamente por el tono de nuestra piel y nuestra apariencia física que da cuenta de nuestro origen y condición étnico racial. 

Por eso es tan importante cuestionarnos cómo vemos, incluso más que lo que hacemos; puesto que esa mirada es la raíz de los comportamientos posteriores.

Antes de que un vigilante persiga a una persona afro en un supermercado, antes de que un transeúnte se cruce de calle cuando ve venir un joven negro, antes de que una persona  se refiera a otra como “india” en tono ofensivo, antes de que a una familia le nieguen la entrada a un restaurante o que a una mujer le digan en el transporte público que corra su pelo crespo, los vigilantes, los transeúntes o las personas que gritan y ofenden vieron delincuentes, personas inferiores y rasgos indeseables detrás de seres humanos, solamente por su condición racial, ignorando que en todos estos casos lo que ellos ven no es lo que es.

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