Federico Díaz Granados
4 Marzo 2024

Federico Díaz Granados

Memorias y telenovelas

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Muchos de los que crecimos en la década de los setenta y los ochenta le debemos gran parte de nuestra educación sentimental y de nuestro acercamiento al mundo a la televisión y a todos sus productos de la época. Para la generación de nuestros padres fue mucho más importante y cercana la radio, pero, sin duda, a través de esa cajita de imágenes, primero en blanco y negro y luego a color, nos asomamos a un universo insospechado de entretenimiento y de identidad que hace parte ya de nuestros arquetipos culturales.

Recuerdo bien que había tres cadenas que se sintonizaban en los canales siete, nueve y once respectivamente. El canal once era educativo y cultural. A veces transmitían por allí, en diferido, partidos de la Bundesliga y el clásico concurso Telematch que producían la cadena TransTel (hoy parte de la Deustche Welle). El resto de la parrilla se llenaba con programas como Educadores de hombres nuevos, Consultorio jurídico y algunos noticieros internacionales. Al finalizar la programación, al igual que en los otros dos canales, unas franjas verticales de colores cubrían la pantalla.

El primer televisor a color que llegó a mi casa fue para los días del mundial España 82 y así pude ver a color los tres goles de Paolo Rossi a la selección Brasil de Zico y la final entre Italia y Alemania en el estadio Santiago Bernabéu en el que se enfocaba en una de las tribunas una pancarta que decía “Nos vemos en Colombia 86”. Al final no hubo Colombia 86 y nos quedamos con las ganas de ver a Cafeterito como mascota y los grandes del mundo en nuestras canchas. Los mundiales de fútbol y los juegos olímpicos eran el mejor pretexto para cambiar y renovar los televisores y así, a color, crecí viendo los conocidos “enlatados” gringos que tanto marcaron el carácter de algunos de mis contemporáneos: Profesión peligro, Los Magníficos, Los Duques de Hazard, Hawaii 5-0, Falcon Crest, el Hombre increíble, entre otros. Sin embargo, a pesar de la hora de transmisión los domingos a las 10:00 p.m. ver Dinastía con Joan Collins, John Forsythe y Linda Evans, era todo un desafío para los niños que debíamos madrugar el lunes para ir a los colegios. Las programadoras Punch, Caracol, RTI, Datos y Mensajes, Promec, JES, Cenpro, Audiovisuales, entre otros competían por los contenidos no solo de los enlatados, las comedias mexicanas como Chespirito y La carabina de Ambrosio (donde aparecía un personaje que interpretaba al escritor Juan José Arreola), las telenovelas también mexicanas, venezolanas y brasileras, sino por las producciones nacionales.

Y es precisamente ahí donde reside gran parte de esa formación sentimental no solo de una generación sino de un continente: en las telenovelas y los melodramas basadas en una misma estructura narrativa: El joven rico que se enamora de la chica pobre, los padres que se oponen, la prima villana que quiere conquistar al joven rico, el traidor, el justiciero y el trabajador humilde.

Todo dentro del escenario de una gran casa, mansión o hacienda. Por eso quedó en la memoria de
muchos la voz de Verónica Castro cantando “Aprendí a llorar” en la intro de Los ricos también lloran o a Victoria Ruffo y Guillermo Capetillo viviendo el romance central de La fiera o a Lucía Méndez y Héctor Bonilla en Viviana. De igual forma las telenovelas venezolanas Topacio, Cristal y Leonela fueron las responsables de muchas lágrimas latinoamericanas durante la década de los ochenta. Menos mal estaba la televisión para distraer el verdadero melodrama social y político de nuestros países y para esquivar los titulares que los noticieros Telediario, 24 Horas, TV Hoy, de las Siete revelaban una realidad violenta y de quiebre moral de la sociedad. Ya son clásicos libretistas como Julio Jiménez, Martha Bossio, David Stivel, Pepe Sánchez junto a la mexicana Inés Rodena o la venezolana Delia Fiallo. Sin embargo, y a pesar de que en esas décadas las telenovelas nos dieron esa identidad cultural, muchas de ellas envejecieron mal y a la luz del tiempo reflejan una época anacrónica, patriarcal y hegemónica. Por ejemplo, Leonela protagonizada por la inolvidable Mayra Alejandra narra la historia de amor entre un violador y su víctima al ritmo de la canción de Gualberto Ibarreto Ladrón de tu amor que dice entre líneas “que quien te hace llorar es quien te ama”. Luego vendría la década de los noventa y cambiaría un poco el discurso y las telenovelas dejarían las grandes haciendas para centrarse en las oficinas y los diálogos menos teatrales y más coloquiales y libretistas como Mauricio Navas y Fernando Gaitán darían vida a La alternativa del escorpión, Café con aroma de Mujer y Yo soy Betty la fea. En otra dirección novelas como Caballo viejo, San Tropel, La potra zaina también tuvieron altos índices de sintonía como una década atrás la tuvieron Los cuervos, Gallito Ramírez, Los pecados de Inés de Hinojosa entre otras. Vale la pena destacar las adaptaciones literarias e históricas que permitieron desde la televisión un diálogo con algunas de las voces de nuestra literatura como Mario Benedetti de quien se adaptó Gracias por el fuego y La tregua; Miguel Otero Silva y su Cuando quiero llorar no lloro más conocida como Los victorinos y varios cuentos de José Donoso y Juan Carlos Onetti en el recordado Cuento del domingo. Si mi memoria no me falla, Víctor Mallarino interpretó a Mario Vargas Llosa en la Tía Julia y el escribidor y Jorge Alí Triana adaptó con Carlos José Reyes la novela Castigo divino del escritor nicaragüense Sergio Ramírez, al igual que adaptó varias biografías de nuestras figuras de la independencia y la República en Revivamos nuestra historia, producida por el cartagenero Eduardo Lemaitre.

La imaginación de muchos nació entre las líneas escritas en algunas de las mejores páginas de la literatura de Latinoamérica y las voces que daban vida a unos personajes en las telenovelas y es allí donde está el lugar de gran parte de nuestra forma de narrarnos y comprendernos. Desde El derecho de nacer del cubano Félix B. Caignet hasta las producciones más recientes, como La venganza de Analía, están las citas puntuales de nuestros países con una forma de sentir y de hablar. Si a veces la realidad política y social nos corta la lengua y nos censuran las palabras y la libertad de expresión, son el idioma, la literatura, los diálogos de los melodramas y las canciones los que permitirán que nos sigamos entendiendo desde los diferentes matices y podamos defendernos de las mentiras, los discursos vacíos y la posverdad. Son también un homenaje a la memoria compartida. Por ejemplo, aquellas novelas que veía con mi abuela son hoy un lugar de encuentro con una memoria familiar imborrable y con un instante de cercanía y conversación con nuestra genealogía y ancestros.

Insisto en que muchas telenovelas han envejecido mal. Otras por el contrario siguen reflejando y moldeando las percepciones sociales, los valores y las aspiraciones de las sociedades latinoamericanas. A lo largo de décadas, han sido catalizadores poderosos en la construcción de una identidad compartida entre los diversos países de la región, así como en la promoción de la unidad lingüística y cultural.

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