Velia Vidal
6 Mayo 2023

Velia Vidal

Sobrevivir

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Rina avanzaba en su narración mientras varios de mis compañeros lloraban. Yo me sentí más conectada con su alegría del presente y su calidez, y quizá por eso mis emociones no fluyeron hacia las lágrimas. Por los años transcurridos ella es una de las pocas sobrevivientes del Holocausto que sigue contando su historia; de modo que fue un verdadero privilegio escucharla en la sala de su casa, en Jerusalén, donde nos recibió con galletas y café. Por todos lados hay fotos, muchas fotos de Rina, su esposo, sus hijos, nietos y bisnietos, fotos de muchos momentos vividos, de encuentros, de eventos, de su regreso a Polonia, el lugar donde perdió a su familia, desde donde salió huérfana y con una pequeña foto de ellos entre sus manos, que luego fue a dar a la basura tras la orden de un militar.

Cambio Colombia

El relato de esta mujer encantadora se completó con la visita al Museo de la Historia del Holocausto, en otro sector de la ciudad. Unas instalaciones potentes donde la arquitectura es parte fundamental del guion museográfico. La última imagen que recuerdo del recorrido es la de una retroexcavadora arrastrando montones de delgadísimos cadáveres de mujeres desnudas que seguramente murieron de hambre en los campos de concentración, hacia una fosa común, como si se tratara solo de arena.

También se me quedó grabado el rostro de Michael Bauer, nuestro maravilloso guía educador, mientras contaba sobre sus abuelos, en medio de toda la información histórica y los acertados análisis políticos, económicos, ideológicos y religiosos, con sus matices y diferentes perspectivas que ha caracterizado el trabajo de Michael durante toda esta semana de Storytellers en Israel, un viaje de Reality, un interesante programa de la Fundación Shusterman en el que tengo la fortuna de participar.

Al salir del museo nos dieron espacio para pensar y luego para conversar entre compañeros, este fue quizá el momento más relevante para mí. Hicimos un pequeño grupo de los afrodescendientes del equipo: Nic, Carmen, Free, Brandon, Stacey y yo nos juntamos para comentar nuestras emociones. “Mis padres o nosotros somos sobrevivientes”, “Todo lo narrado es similar a lo que vivieron mis antepasados por la esclavización”, “Mis familiares viven en guetos en sus ciudades en Estados Unidos”, “No hay un trabajo de investigación, difusión y educación suficientemente metódico sobre la historia de la esclavización en África y América, y lo que significa en términos de racismo en la actualidad”, “A veces a las personas les es fácil ver el antisemitismo pero les cuesta ver su racismo hacia la gente negra”, fueron algunas de las frases que logro parafrasear. Coincidimos en que no se trata de comparar una historia con otra, ambas son vergüenzas de la humanidad que se basaron en la deshumanización de otros por razones absurdas como la idea de raza o la religión.

Yo hablé de mi región, como siempre, de los afrocolombianos en esta esquina del mundo que, sin temor a equivocarme, nos pasamos los días sobreviviendo.

Una de las más recientes y contundentes evidencias de esta supervivencia, es la cifra de desempleo. Dentro de las 23 principales ciudades y áreas metropolitanas, Quibdó registró la tasa de desempleo más alta, con el 29,7 por ciento, aseguró el Dane al finalizar el mes de abril, diez puntos porcentuales por encima de Ibagué, que ocupa el segundo lugar. La tasa de informalidad supera el 60 por ciento.

Ningún fondo abierto, talleres, seminarios, premios, capitales semillas o programas de emprendimiento que engrosan informes de gestión de entidades públicas, privadas y principalmente de grandes organizaciones trasnacionales sin ánimo de lucro durante al menos quince años, ha mitigado en lo más mínimo la trágica situación del empleo en nuestra ciudad.

Como si desconociera la realidad de su territorio, la semana pasada, la Alcaldía de la capital chocoana decidió desalojar a las vendedoras estacionarias del espacio público de la Alameda y los alrededores del mercado. Una acción absurda desde todo punto de vista en este contexto, donde el orden y la estética que, aunque todos anhelamos -incluso las vendedoras-, no puede estar por encima de la necesidad que tienen las familias de generar ingresos para mitigar el hambre que asecha sus hogares cada día.

“Es un círculo vicioso” dijo David hace unos días mientras conversábamos sobre la compensación familiar en el Chocó. “La informalidad es muy alta y no hay nuevas empresas, entonces hay muy pocos recursos para el bienestar y la inversión”. Por supuesto que tiene razón. Así que la pregunta que nos seguimos haciendo es ¿cuándo se atreverá el Estado colombiano a ocupar el lugar de garante de una vida digna para nosotros, los descendientes de quienes fueron esclavizados, los habitantes de este territorio mayoritariamente afrocolombiano, y a romper este círculo vicioso?

No hay justicia mientras sigamos siendo sobrevivientes de las tragedias de cada día, en vez de poder nombrarnos como sobrevivientes de hechos pasados, en reparación, cuyos dolores y secuelas no podrán borrarse para siempre, pero con la genuina esperanza de no repetición, cuando se vive en plena garantía de derechos.

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