Sandra Borda
1 Febrero 2023

Sandra Borda

¿Y si la Guerra Fría nunca se acabó?

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Acabo de asignar para una de mis clases un artículo reciente de Stephen Kotkin, que justamente sostiene que la Guerra Fría realmente nunca terminó. Entre otros argumentos, Kotkin sugiere que todos cometimos el error de asociar la disolución de la Unión Soviética con el final de las tensiones entre Este y Oeste. Y como dice el viejo y conocido adagio, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. La implosión soviética, ya lo sabemos, no terminó con las pretensiones de lo que hoy conocemos como Rusia y las tensiones entre ese país y Occidente siguen existiendo y operando bajo lógicas muy parecidas. 

En un mundo que se transforma tan rápidamente, nos hemos acostumbrado a ponerle mucho cuidado a la dinámica y magnitud de los cambios y hemos descuidado la observación y el análisis de las continuidades. Es por esa razón, diría Kotkin, que no entendimos que ese interregno entre finales de la década de los ochenta y comienzos de la de los noventa del siglo pasado, fue más bien un paréntesis y que no significó de ninguna forma que Rusia estuviera dispuesta a darse por vencida en sus intentos de ser y comportarse como una potencia internacional. 

Parte de lo que nos hizo perder de vista la dimensión de las importantes continuidades, tuvo que ver con lo fuerte que fue el grito de victoria estadounidense una vez se disolvió la Unión Soviética. Francis Fukuyama, incluso, habló del final de la historia y se presumió que el capitalismo y la democracia habían triunfado definitivamente sobre el comunismo. El problema es que en el centro de la tensión no estaba necesariamente la disputa ideológica. Aunque las diferencias de modelos no eran completamente irrelevantes, lo que enfrentaba a Estados Unidos y la Unión Soviética era el poder y la influencia a nivel global. Básicamente, lo mismo que los enfrenta hoy. 

Por esa razón, actualmente, se siguen comportando en formas similares y la tensión entre ambos se sigue desarrollando con la misma intensidad. Estados Unidos es el mismo y, al final y como sugiere Kotkin, Rusia heredó de la Unión Soviética “el arsenal militar, el poder de veto en Naciones Unidas y su animosidad en contra de Occidente”. No es poca cosa. En otras palabras, lo que Kotkin denomina la “trampa geopolítica”, es algo en lo que ninguno de los dos polos dominantes puede evitar caer: ambos se consideran civilizaciones con una misión especial en el mundo y poseedores de un poder provincial que los hace distintos a cualquier otro actor; ninguno de los dos está dispuesto a abandonar ese estatus, conformarse con un modesto segundo lugar y centrarse en sus problemas internos. 

Por supuesto, el argumento no sugiere que nada haya cambiado y que los contextos de entonces y de ahora sean exactamente iguales. Pero reconocer la existencia de niveles de similitud y de continuidad contribuye también a construir política exterior haciendo uso de experiencias previas y de coyunturas análogas. Por ejemplo, el retorno a un mundo bipolar o tripolar (porque la aparición de China como actor global tampoco es nueva) permite hacer una evaluación de las oportunidades y las limitaciones que un mundo de esa naturaleza le impone a un país como Colombia. En el pasado, Colombia intentó (más exactamente durante la administración de Belisario Betancur) construir una aproximación no alineada, trató de mantenerse al margen de la tensión mundial y de no comprar peleas ajenas. Hay que revisar ese episodio de nuestra política exterior para entender muy bien las razones por las cuales esa aproximación no funcionó. 

Tal vez el contexto actual, sea una oportunidad para superar la idea de que la decisión de política exterior que debemos tomar sea una entre dos únicas opciones: el alineamiento y la sumisión o el no alineamiento y el aumento de los márgenes de autonomía. Es posible que el actual sea un mundo que nos obligue a pensar nuestra inserción internacional en tonos más grises y menos dicotómicos, en decisiones y políticas intermedias, que incorporen dosis importantes de pragmatismo en un mundo cada vez más dibujado por otros en puros blancos y puros negros. No es una línea sobre la que es fácil caminar.

Pero, sobre todo, tal vez el actual sea un mundo en el que hay que calcular con más cautela y menos impulsividad, un mundo en el que el sin-filtro de Twitter no ayuda y se necesita más reflexión antes de hablar y antes de decidir. El episodio en el que Colombia, Brasil, México y Argentina rechazaron el pedido de Estados Unidos de transferir armamento a Ucrania, es un gran ejemplo de lo fácil que puede ser equivocarse: una decisión que buscaba lograr un halo de imparcialidad frente a la guerra, terminó en una felicitación efusiva y una bienvenida pública de la decisión por parte del gobierno ruso. Va quedando claro que el actual parece ser un mundo en el que pensar con el deseo o con la ideología para construir política exterior, no es una práctica aconsejable. 

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