Valeria Santos
30 Marzo 2022

Valeria Santos

Colombia racista

“La candidatura de Francia Márquez generó comentarios discriminatorios en periodistas de varios medios de comunicación, en los trinos de una cantante y en la respuesta de uno de los senadores más votados. Pero el problema es estructural”.

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El 21 de marzo se celebró el día internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial. Ese día, hace 62 años, la Policía asesinó a 69 personas que protestaban contra el apartheid en Sudáfrica. Desde entonces, la población afrodescendiente, en la mayoría de los países del mundo, ha logrado un reconocimiento de derechos puramente formal. La igualdad real aún es una quimera.

En Colombia, por ejemplo, la semana pasada celebramos que en la actual contienda electoral cinco candidatos afro se están disputando la Vicepresidencia. Tan solo unos días después, la realidad se manifestó, opacó la euforia de los nombramientos, y dejó en evidencia que Colombia sigue siendo racista. Muy racista. 

La candidatura de Francia Márquez generó comentarios discriminatorios en periodistas de varios medios de comunicación, en los trinos de una cantante y en la respuesta de uno de los senadores más votados. Pero el problema es estructural.

El racismo está enquistado en las cifras de pobreza y desempleo, en nuestro sistema de salud y saneamiento básico, en nuestros chistes y lenguaje, en nuestras Fuerzas Armadas y en la crudeza de nuestra guerra. También en las cifras de niños muertos de Medicina Legal e incluso en la forma como celebramos y aplaudimos los éxitos de nuestros líderes afros llamándolos “negros verracos”. El racismo está en todos lados, es imperceptible para sus emisores y, más preocupante aún, mantiene una estructura de poder que hace más ricos a quienes ya tenemos todo.

La Constitución de 1991, en el marco del reconocimiento de una nación plural y multicultural, creó instrumentos de acción afirmativa que pudieran crear las condiciones de una verdadera igualdad material. Lastimosamente las circunscripciones especiales de la Cámara de Representantes, creadas en el artículo 176 de la Carta Magna, han sido instrumentalizadas ante los ojos cómplices de las autoridades electorales y las instituciones colombianas para seguir perpetuando una Colombia racista e injusta. 

En 2014, dos blancos ganaron las curules afro. Los afro no afros, como los describió la Silla Vacía, pudieron ser elegidos gracias al vacío legal que existe sobre quiénes realmente deberían ocupar estas curules. Ocho años después, el debate alrededor de la legitimidad de la candidatura de Miguel Polo Polo dejó en evidencia que los problemas de estas curules especiales aún persisten.

Cuando la brillante Velia Vidal expuso en este medio de comunicación que, “pensar que las personas afro compartimos una misma ideología y pertenecemos a una única corriente política es una forma de estereotipo racializado” se podía estar refiriendo al peligro de la política identitaria. 

El mundo actual está cayendo en la tentación de afianzar las etiquetas y homogeneizar las categorías. La tiranía de las identidades destruye la posibilidad de ser y existir por fuera de un grupo. En el nombre de la diversidad y su reconocimiento, irónicamente, podríamos estar invisibilizando las diferencias. 

Miguel Polo Polo tiene todo el derecho de ser de derecha y conservador. Puede creer que no existe el racismo, que la mano invisible del mercado solucionará eventualmente todos los problemas, y que los subsidios son el mal del pueblo. Es libre de apartarse de la identidad que muchos quieren imponerle por su color de piel y de reivindicar su derecho a escoger lo que quiere ser y en donde quiere pertenecer. Las identidades pueden servir para acabar con la discriminación, pero pierden su misionalidad cuando dejan de ser un vehículo para convertirse en la meta. 

Ahora bien, mientras el valor que le doy a mi propia identidad debería ser personal, el proceso para alcanzar la igualdad y acabar con las brechas sí debe ser colectivo. 

Polo Polo no debería ser avalado por un consejo comunitario para una curul que está creada por ley para posibilitar una discriminación positiva que tiene como fin reivindicar los derechos de la población afrocolombiana. Y no debería ser avalado no por sus posturas ideológicas o afiliaciones políticas, sino porque abiertamente ha afirmado que no tiene intención de trabajar para la comunidad afro, ni acabar con la discriminación, ni corregir la desigualdad. 

Su candidatura era problemática en la medida en que no estaba dirigida a solucionar los problemas para los cuales fue creada la circunscripción especial. Cualquier acción afirmativa solo puede ser justificada si está direccionada a corregir la situación de desigualdad. 

¿Cómo iba Polo Polo a corregir una situación que cree que no existe? No debería beneficiarse de un proceso de representación colectiva quien no cree en ella.  

Tristemente las curules afro en su gran mayoría han estado ocupadas por congresistas que no han honrado la acción afirmativa. La nueva representante Lina Martínez García, hija del exsenador Juan Carlos Martínez Sinisterra, condenado por paramilitarismo y fraude electoral, no será la excepción. Y tampoco lo será Ana Rogelia Monsalve, la otra representante elegida para estas curules, quien ganó gracias a todos los votos que le puso su hermano el alcalde de Malambo. 

Por esta razón es urgente regular la forma como los consejos comunitarios entregan los avales a los candidatos para las curules especiales afro. Para crearse, estos consejos, encargados de la administración del territorio colectivo, deben registrarse ante la dirección de asuntos para comunidades negras del Ministerio del Interior. Lo anterior perpetúa la relación hegemónica entre el poder central y las comunidades negras del país.

Más vale que se establezcan los filtros necesarios para acceder al poder por medio de acciones afirmativas. La excepcionalidad de estas no debería permitir su instrumentalización. La lucha en contra del racismo no da tregua. Son muy buenas noticias para los afrocolombianos y para todo el país las vicepresidencias afro. Pero no son suficientes: Colombia sigue siendo muy racista. 
 

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