Johana Fuentes
7 Marzo 2022

Johana Fuentes

8 de marzo

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A los 7 años Maydany Salcedo ya era víctima de la violencia. Varios miembros de su familia, que militaban en la Unión Patriótica, fueron asesinados durante el genocidio de ese partido. Tuvieron que salir de su casa en Río Blanco, Tolima, y llegaron a San Vicente del Caguán. Maydany no creció con miedo, todo lo contrario, a los 17 años ya lideraba procesos de organización y empoderamiento con mujeres campesinas. En el Caguán se convirtió en una figura destacada en la comunidad, pero cuando fracasó el proceso de paz entre las Farc y el gobierno de Pastrana, la violencia recrudeció y Maydany fue desplazada de esa región. Huyó con su familia a Piamonte, Cauca, otro departamento azotado por los violentos. Empezó de cero, pero no dejó de lado su liderazgo, creó una organización —compuesta casi toda por mujeres— para trabajar con desplazados y después de la firma del Acuerdo de Paz, se involucró en la sustitución de cultivos. Las amenazas no se hicieron esperar, disidencias de las Farc, bandas criminales y hasta el cartel de Sinaloa.

Es difícil resistir cuando se tiene la muerte tan cerca, “perdimos la finca, amigos, nos han matado compañeras de la organización, toda mi familia fue amenazada, no sé cómo estoy viva”, me dice mientras no puede controlar el llanto. En uno de las tantos consejos de seguridad —que son como pañitos de agua tibia— les dijo a los funcionarios del Gobierno que ahí todos sabían con antelación cuando los iban a matar y nadie hacía nada, “no sé si es que hablé muy duro y a los hombres les molesta cuando las mujeres levantamos la voz, pero apenas llegué a Piamonte me dijeron: ‘se tiene que largar o la matamos’”. Tuvo que salir nuevamente de su casa dejando a su esposo, sus dos hijas, un perro y tres pollos.  Hoy, desde el exilio insiste en volver, “ser mujer en Colombia es duro, pero mejor exigir nuestros derechos que mendigarlos y lo seguiremos haciendo, así nos cueste la vida”.

El 2 mayo de 2002, la vida le cambió a Máxima Asprilla, ese día guerrilleros del frente 58 de las Farc, en medio de combates con paramilitares, lanzaron un cilindro-bomba que impactó la iglesia de Bojayá, donde se resguardaban cientos de personas para protegerse de los enfrentamientos. Máxima perdió al 60 por ciento de su familia.  Después de eso, conformó un grupo de 37 cantadoras que con sus alabaos —cantos para despedir a los muertos— comenzaron a hacer resistencia. La gente tenía miedo de hablar, pero ellas a través de sus composiciones contaban lo que nadie se atrevía a decir: las amenazas, el dolor, el abandono estatal. Con la firma del Acuerdo de Paz se fue la guerrilla, pero llegaron otros actores armados y con ellos más intimidaciones. La zozobra jamás se ha ido de Bojayá, pero su fuerza tampoco, “ser mujer y liderar es difícil porque aunque nos hemos liberado mucho aún nos quieren ver esclavizadas y vulnerables, nosotras seguiremos con nuestros cantos, ese es nuestro trabajo, contar con nuestras voces, denunciar, resistir y defender el territorio”.

Águeda Quiñones fue la primera mujer gobernadora del Cabildo Zenú Vende Agujas, en el sur de Córdoba, este logro ocurrió luego de conformar una organización para luchar contra la violencia de género en las comunidades indígenas, un trabajo complicado en una población en la que reina el machismo: “Nuestra etnia y cultura siempre han marginado a la mujer y pensábamos que el problema de la violencia no tenía salida”, pero la violencia no viene solo de parte de los integrantes del cabildo, también de los actores armados que acechan a la región, por eso, el ser gobernadora y abanderada de esta causa hizo que esas bandas criminales la declararan objetivo militar, su reacción fue denunciar y decirle a quienes la amenazaron que seguiría trabajando hasta que las mujeres tengan realmente la participación que les corresponde en los espacios políticos. “Hemos decidido que así nos cueste la vida vamos a seguir luchando”.

“Ser mujer y líder en Colombia es bastante complicado, es tener la muerte encima”, me dice Amparo Tolosa, después  de contarme que el 7 de febrero se salvó de morir en un atentado, 8 disparos recibió el vehículo en el que se movilizaba. Amparo fue víctima del paramilitarismo en el sur de Bolívar, durante el gobierno de Álvaro Uribe. Tuvo que abandonar sus tierras, pero tras la desmovilización de las AUC regresó con un grupo de familias desplazadas a reclamar cerca de 2400 hectáreas, eso la hizo blanco de nuevas amenazas por parte de los grupos al margen de la ley que operan en la zona y que se quieren quedar con lo que les pertenece. Nada de eso la amilanó, tomó la vocería para denunciar a los políticos corruptos del departamento, la minería ilegal y hasta el incumplimiento de los acuerdos. Aparecieron nuevos enemigos, en las regiones denunciar tiene un costo que se paga muchas veces con la vida, ella lo sabe, hace dos años asesinaron a su hermano y la semana pasada, a dos de sus compañeros que defendían los humedales. Una fundación le ofreció irse a Francia dado el riesgo que representa quedarse en el país, Amparo rechazó el ofrecimiento, “tengo un compromiso como mujer defensora de los derechos humanos, no me da miedo, no podemos permitir que 4 familias se roben al país”.

Cuando ocurrió la masacre de El Salado, Loraine López tenía 5 años y recuerda que su familia liberó a los animales y huyó de los paramilitares por una trocha, emprendiendo una caminata que duró tres días hasta llegar a Carmen de Bolívar, en esos tres días asesinaron a 60 personas en el pueblo. Aunque le tocó crecer en otro lugar, siempre sintió la necesidad de trabajar por El Salado, así que, cuando retornaron al territorio, decidió crear la Fundación Constructores de Paz. Su foco está en los niños y jóvenes, ella lo define como un laboratorio de paz  porque confluyen víctimas, exguerrilleros y exparamilitares, el propósito es tener un proyecto de economía sostenible. Hoy tienen cultivadas 11 hectáreas de ñame espino tipo exportación. Como sucedió en otras regiones, las amenazas a los líderes de El Salado han vuelto, en muchas ocasiones las autoridades —en un acto cruel y revictimizante— han deslegitimado sus denuncias diciendo que los líderes se envían los panfletos a sí mismos, “he sentido bastante temor porque me han llegado muchas amenazas. Ser mujer líder en territorios de conflicto es tener mucha fortaleza para seguir adelante, creo en la resiliencia y por eso decidí emprender este camino”. 

Según Indepaz, 182 mujeres han sido asesinadas después de la firma del Acuerdo de Paz, mujeres como Maydany, Máxima, Amparo, Águeda y Loraine que a diario arriesgan su vida para defender sus territorios, para recuperar sus tierras, para alzar su voz en contra de la desigualdad, de la discriminación, de la violencia de género, para tener un espacio en la política y no una participación de papel, mujeres que no le tienen miedo a los corruptos, a los poderosos, o a los que siempre las han visto como botín de guerra. Hoy mi homenaje es para ellas, gracias por su lucha, por su resistencia, por su valentía. Al Gobierno, que no sea indiferente e indolente y proteja sus vidas, para que algún día podamos conmemorar un 8 de marzo sin que falte ninguna.

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