En un barco, bordeando la nada, rumbo a París, en 1947, Emma Reyes dejó Colombia. Atravesó el Atlántico con el alma rota por el asesinato de su pequeño hijo a manos de los paramilitares paraguayos, sin más nada que sus manos para pintar, pagó el pasaje que la llevaría a una nueva vida, lejos del desarraigo de nunca haber pertenecido al lugar que la vio nacer. Como Emma, fueron muchas las mujeres y las artistas que tuvieron un paso fantasma en el siglo XX por esta tierra de prohombres que no las acogió.
Bastarda del hijo de un presidente de la república con una mujer de dudosa procedencia, como relata la leyenda, Emma jamás tuvo el reconocimiento de su familia paterna. Nacida en 1919 entre la depresión que dejaron la Gran Guerra y la gripe española, Emma creció en Bogotá, encerrada en un cuarto de 3x2 cuyo único vínculo con la realidad era el ojo de la cerradura de la puerta principal, que usaba como monóculo fantástico, y que le permitía ver el mundo que clamaba por descubrir su imaginación, pero que tan solo era un recuadro al óleo y en blanco y negro de la pobreza emergente del centro capitalino, de lo que por esos días llamaban la Atenas suramericana.
Fue abandonada por su madre en las puertas del internado Hijas de María Auxiliadora en la octava con décima a la edad de 5 años. Y allí prosiguió su vida, encerrada como una reclusa infantil, entre Cristo, el diablo y las monjas, que nunca perdieron la oportunidad de recordarle que lo de ella era caridad. A los 16 años pudo escapar para recorrer el mundo, que tantas veces había imaginado en horas de vigilia exuberante y para esa misma noche dormir en la banca de un parque cobijada por las estrellas y las ansias de libertad.
Años después al terminar su viaje a París, el barco que fue su hogar por unas semanas, le brindó el mejor de sus regalos en agradecimiento por una travesía llena de relatos sobre su propia vida. Este presente lo llevaría colgado en el alma por siempre: Jean Perromat, el médico de abordo. Juntos construyeron un nuevo universo por fuera del destierro obligado para Emma y allí ella pudo crecer como artista, pintar incluso junto a Diego Rivera, viajar a Italia, convertirse en indigenista y muralista de renombre y por sobre todo, abrir las puertas del arte colombiano al mecenazgo y a los ojos de un Viejo Continente ávido de figuras como Botero, Obregón, Mutis y García Márquez, de los cuales se volvió amiga íntima.
Su obra es poderosa y alucinante, habla de lo que somos y de lo que no nos han permitido ser. Su belleza proviene del vientre femenino y carece de maniqueísmos porque su arte es la vida misma.
Sin embargo, es desconocida para los colombianos, ya que casualmente fue borrada del mapa plástico del siglo XX por otra mujer: Marta Traba, la iconoclasta crítica de arte de mitad del siglo pasado en Colombia. La fulminó por no pertenecer a la contemporaneidad del momento que vibraba en lo no-figurativo y lo abstracto, distanciándola de la vanguardia hacia un horizonte lejano, como casi siempre solía suceder en su vida.
En el año 2012 se publicaron sus memorias a través de una curaduría exquisita realizada post mortem por Laguna Editores, que se llamó Memorias por correspondencia y alberga 23 cartas que envió al historiador Germán Arciniegas con la idea de hacer un libro y contar su infancia. Estas memorias de su vida, escritas bajo los recuerdos de la niña que fue Emma Reyes, contienen el relato más hermoso que un lector pueda habitar. No hay juicios morales, su tinta es el desapego y su escritura no es más que la redención de todas las mujeres de América que les prohibieron tener un destino propio, que fueron abandonadas y olvidadas por una sociedad machista y timorata. Memorias por correspondencia se convirtió en el libro más importante de ese año y en la memoria histórica de lo marginal en este país y de cómo se sobrevive al aislamiento a punta de imaginación y belleza.
A su muerte en 2003, Emma no recibió el reconocimiento que siempre esperó, se llevó el destierro del mundo cultural colombiano y el olvido de su patria. Su voluntad fue que estas cartas se publicaran y que su legado permeara la vida de otros olvidados como ella, que su historia retumbara en las conciencias de los que manejan el arte de este país para que la injusticia no se repitiera.
Esto no ha sido del todo así. Emma Reyes es quizás una de las artistas colombianas más importantes de nuestra historia moderna y aún no la conocemos bien y quizás pase algún tiempo sin que lo hagamos. Su voluntad sigue hoy no siendo tomada en cuenta, y algunos vivos, de manera inmoral, aprovechan las grietas de la ley de derechos de autor para hacer panfletos audiovisuales de su historia para lucro personal, desconociendo su voluntad en vez de honrarla y desdibujando su imagen para los incautos televidentes. Asaltan la detallada cadena de derechos de autor cuyo heredero universal está con vida y reside en Francia y traicionan a Emma como otros lo hicieron en su primera infancia.
Espero de corazón que la historia de esta valiente mujer, algún día, pueda inspirar a muchas otras, que su vida sea narrada por mujeres y que ayude a sanar las heridas de un mundo que hizo de artistas como Emma fantasmas de otra época.
* A propósito de los Premios India Catalina 2022, en la categoría de mejor serie en el marco del FICCI.