Daniel Schwartz
15 Febrero 2022

Daniel Schwartz

El periodista noble

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Colombia es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo. Al año, decenas de periodistas son amenazados, perseguidos, golpeados y silenciados. Aun así, el 9 de febrero, Día del Periodista en Colombia, fue más un día de celebración que de conmemoración: felicitaciones entre colegas, autocomplacencia y palmaditas en la espalda ahogaron los gritos de alerta.

Y es que el periodismo, no solo el colombiano, es uno de los gremios más autocomplacientes. Ese día, las redes sociales se inundaron con las frases más empalagosas y grandilocuentes posibles para describir una profesión: algunos dijeron que el periodismo es “el arte de informar”, cuando informar, en ninguna de sus acepciones, puede ser considerado un arte (informar es —quién lo diría— informar); otros dijeron que “el periodismo es pasión”, tal vez porque el periodista calculador y frío es menos periodista que el entusiasta. Pero quizá la más cargante de todas estas frases es, al mismo tiempo, la más común para describir el periodismo: “pilar de la democracia”, repiten sin miramiento, con la misma ingenuidad (o malicia) del ingeniero que hace gala de haber hecho los cálculos de un puente que se derrumba. “La profesión más noble”, también dicen algunos, como si la nobleza no fuera contraria a la democracia, como si no hubiera una contradicción entre ser un pilar de la democracia y autoproclamarse con un título nobiliario. O como si ser periodista fuera sinónimo de buena fe, ausencia de maldad o dobles intenciones.

Eso, sumado al calificativo de “quinto poder”, arruinó lo que pudo ser un día para subrayar los enormes riesgos que corre un país cuando no respeta a sus periodistas, para bajarse de la nube de los adjetivos rimbombantes y aceptar que se trata de un trabajo tan importante como muchos otros. Porque tener un día al año no es sinónimo de relevancia: en cualquier momento estaremos celebrando el día del probador de papel higiénico o del abrazador profesional. Pilares de la democracia también son el adulto que paga impuestos o el niño que va al colegio. 

Ese mismo día una periodista famosa subió a Twitter una imagen que decía: “Aquellos que luchan por la verdad, aquellos que no tienen miedo, aquellos que arriesgan sus vidas, aquellos que hablan por el mundo, aquellos que jamás se rinden. Feliz día del periodista”. Juepucha, la próxima vez que vea a un periodista le haré una venia y le besaré la mano, le agradeceré mil veces por venir del cielo a cuidar la democracia y le pediré que me diga cuál es la verdad verdadera. 

Yo no sé qué es la verdad, pero puedo decir que todos los oficios, el periodismo incluido, buscan la verdad. No existe un trabajo, a excepción quizá de la política, cuyo propósito sea decir —o decirse— mentiras de manera deliberada. Yo no conozco a profundidad el concepto de “verdad”, insisto, pero es una palabra que me suena muy pomposa y que podría reemplazarse por “sinceridad”, que es más humilde y precisa. El periodista, como en cualquier otra profesión, debe ser sincero con el método (el periodismo es un método) y consigo mismo. Y esa sinceridad comienza por cumplir con el deber sin esperar aplausos. La sinceridad puede ser el camino vector de toda investigación, la ruta para buscar una verdad que será esquiva en la mayoría de los casos.

Hoy en día muchos periodistas se tiran palos por ver quién de ellos es el más independiente, el más puro, el menos viciado por la sociedad (de la que muchas veces sienten que no hacen parte). Pero los dos extremos del periodismo tienen problemas: el del establecimiento corre el riesgo de callar con el fin de permanecer cerca al poder, aunque eso no quiera decir que no pueda ser independiente. El que está en un medio cercano al poder puede ser capaz de conservar su independencia y con su trabajo ayudar a legitimar y fortalecer el medio para el que trabaja. Y el periodismo más independiente, por su parte, corre el riesgo de caer en la total intrascendencia, es decir, en el nicho: aunque tenga mayor libertad, lo leen pocos, y quienes lo leen suelen estar de acuerdo con cualquiera de sus opiniones incluso antes de conocerlas.

A fin de cuentas, todos los periodistas, sin excepción, deben ceñirse al método, ser justos con el oficio. Quizá esa sea la forma para empezar a hacerle frente a la crisis de credibilidad del periodismo: hacer bien el trabajo y dejar de creer el cuento romántico de que el periodismo es un oficio impoluto que ejercen seres nobles que nunca se rinden. No es por valentía que alguien decida ser periodista, sino porque le gusta el oficio y cree tener aptitudes para hacerlo bien.

 

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