Camilo A. Enciso V.
20 Mayo 2022

Camilo A. Enciso V.

Iván Duque, desbocado

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Iván Duque termina su gobierno desbocado, como un caballo que tras largo recorrido avista el corral. Babea, le brota espuma por la boca. Corre con ese ritmo trotón, de mula que no sabe galopar, que tritura cada vértebra del jinete que lleva a cuestas, Colombia en este caso. Pero a diferencia de la mula –siempre altiva e inocente– Duque siempre sabe lo que hace. 

Viola la Constitución, hostiga a sus adversarios, insulta a los funcionarios de los multilaterales que denuncian la vulneración de derechos humanos del Estado. A diez días de las elecciones su participación en política se acentúa. Como queriendo probar que su poder se lo permite, insiste en atacar a uno u otro candidato. Los aspirantes hablan de pensiones, él responde. Hablan de educación, él ataca. Hablan de comercio exterior, y lo mismo.

Cínico, se escuda en el derecho a la libertad de expresión, ese que tanto ha censurado desde el solio presidencial. 

Yo sabía que este presidente fantoche y mediocre que tenemos estaba en contra de los acuerdos de paz, de la Justicia Especial para la Paz, los derechos de las víctimas, la búsqueda de la verdad y la construcción de la memoria del conflicto. Todo eso cabe en una democracia. Como país hemos vivido discusiones álgidas sobre asuntos complejos, que no solo admiten sino que exigen diferentes puntos de vista. 

Lo que no me imaginé es que el alma corrompida de Duque, su voracidad de poder, su megalomanía infantil, lo arrastrarían tan bajo. Hizo lo mismo que Hugo Chávez en Venezuela, pero con ropaje distinto. Desbarató el sistema de pesos y contrapesos. Politizó a la fuerza pública. Abusó del derecho, al que convirtió en arma de represión y no de libertad. Nos convirtió en hazmerreír global en el manejo de las relaciones internacionales. Comparó la caída del muro de Berlín con la entrega de mercados en la frontera colombo-venezolana.

Pero nada le bastó. Congeló el derecho de acceso a la información por dos años. Millones de ciudadanos vieron cómo las entidades públicas duplicaban los tiempos de respuesta a sus derechos de petición. Pacientes que necesitaban atención médica urgente, gente que exigía acceso a servicios públicos de primera necesidad, periodistas que buscaban denunciar el abuso y el horror al que nos sometieron algunas facciones de poder incrustadas en el Estado estos años, sufrieron las consecuencias.

En violación de la Constitución y a punta de mermelada le torció el cuello a la ley para repartir 5 billones de pesos en pleno periodo electoral. No fue suficiente para brindarle éxito a su maltrecho, anticuado y obsoleto partido, pero sí por lo menos para evitarle el naufragio y dejar a su candidato en una posición que le permite competir por la Presidencia. Y ni así. Rodolfo Hernández, el candidato acusado por la Fiscalía por el caso de corrupción de Vitalogic, ya le lame los talones.

Pero como la repartija no le bastaron al presidente y su gavilla, su copartidaria Margarita Cabello, procuradora general de la Nación, se encargó de asestarle un golpe al petrismo en Antioquia por medio de la destitución de Daniel Quintero. La guardiana de la moralidad pública se destapó y dobló la apuesta de la derecha. Ahora, con meses de retraso, destituye alcaldes de municipios menores, solo para hacer gala de un equilibrio e imparcialidad inexistentes; para argumentar que la destitución de Quintero solo fue una entre muchas, con las que buscaba preservar la democracia. 

Pero a Duque, la procuradora sigue sin hacerle un llamado de atención. Como si en Colombia el presidente estuviera por encima de la ley. Como si se tratara de cualquier Trujillo, remedo de Somoza o caricatura de Hortúa. Presidentes y dictadores que pisotearon a sus constituciones y sus pueblos. 

Y gracias a la ausencia de control con que opera, Duque trivializa todo. En lo que él considera chispas de genialidad hace chistecitos tontos, cita a los pocos autores que ha leído, respalda el prevaricato de sus funcionarios y de la facción de radicales que como garantía de impunidad llevó a la cima del poder. Y qué bien que le pagan.

Su voz es un himno al autoritarismo, sus actos un insulto a la Constitución que juró respetar, su ética una burla y su amor por Colombia una farsa. 

Es un alivio saber que el 7 de agosto podremos apearnos de la torpe bestia que con tanta indolencia nos ha conducido por el barranco del crimen y el abuso de poder durante estos cuatro años, que han parecido ocho, pero que han hecho tanto daño como solo los peores gobernantes pueden hacer en 20.
 

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