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Pues la verdad no me lo esperé. Que el presidente electo Gustavo Petro invitara a su contradictor, qué digo contradictor, a su declarado enemigo, el expresidente Álvaro Uribe a un diálogo, no me lo esperé, al menos no tan pronto. No una invitación tan directa como la que planteó el día que le entregaron la credencial como presidente de la república: “He invitado a Álvaro Uribe Vélez, al que me he opuesto durante todo este siglo, a hablar conmigo sobre temas de país”, dijo.

Ya sé que lo había anunciado, que lo iba a invitar, que lo iba a convocar, lo que fuera, pero es que por estos días todo el mundo ha dicho tantas cosas que ya uno no sabe qué creer ni a quién creerle. Además, invitar a Uribe a dialogar —en este país— ya se había convertido en frase de cajón. Y su rotundo no, también.

Pero lo que sí me sorprendió —y bastante— fue que la inesperada respuesta que vino desde El Ubérrimo hubiese llegado tan pronto, menos de 24 horas. Y aceptando la invitación, esa fue la tapa, no lo vi posible. Claro que hablé con varias personas al respecto y todas me dijeron, claro, era obvio, eso estaba cantado, bla, bla bla. Sí, cómo no. Olvidé que por acá abundan los especialistas en hacer la alineación después de jugado el partido.

Antes de que Petro hiciera una breve referencia a esa idea de diálogo con Uribe en el discurso que dio justo después de que se anunciara su triunfo el domingo pasado, nadie daba un peso por esa posibilidad. Mirando la cronología apenas cuatro trinos atrás, justo el día de las elecciones en primera vuelta, Uribe tachaba a Petro de mendaz, y eso es poquito comparado con lo que le ha dicho: “Dr Petro, vuélvase respetable no sea mentiroso:”, a propósito de alguna de las miles de peleas que han tenido.

No volvió a trinar. Hasta la noche de la segunda vuelta, cuando Petro se volvió “respetable” y entonces reconoció el triunfo de quien trató de “mentiroso” apenas tres semanas atrás, con otra frase —casualmente  o no, vaya uno a saber— que todos es este país se saben de memoria: “Para defender la democracia es menester acatarla”. Por un momento alcancé a pensar que iba a rematarla diciendo ¡maestro!

En todo caso, me alegra, el anuncio de la reunión me alegra muchísimo. Si eso llegara a buen puerto, podría ser el comienzo de algo muy importante para nuestra “patria”, utilizando este bello sustantivo que ambos emplearon en sus amables mensajes. Y que les encanta.

Aunque no quiero ser aguafiestas. Hay demasiado odio acumulado en ese posible encuentro. No será fácil para Uribe evidenciar —una vez más— que ha perdido poder, bastante poder, que las cosas no serán como él diga, que al frente estará a quien considera casi que el diablo en persona, y habrá que darle la mano.

Y tampoco la tendrá sencilla el presidente electo, para quien el exmandatario es —sencillamente— la suma de todos los males. Pero, se necesitan, ambos, el uno del otro, antes como némesis recíproca útil para reclutar adeptos, sin centros, sin tibiezas, sin grises, conmigo o contra mí, con ejércitos de seguidores, con bodegas de fanáticos, gratis o pagando, eso es lo de menos. Y ahora, buscando encontrar algo de tranquilidad, algo de burocracia, algo de gobernabilidad, algo de manejo, arropados en esa tan hermosa como frágil palabra que tanto se manosea porque sirve para alimentar todas las buenas intenciones que se guardan especialmente al inicio de cada gobierno, o las malas también: Diálogo.

Lo cierto es que se van a reunir, y al menos hasta que no se vuelvan a agarrar, sus huestes, las de cada uno, estarán apaciguadas. Por ahora, están embargados términos como comunista, terrorista, paramilitar, uribestia, asesino, mentiroso redomado, guerrillero, socialismo del siglo XXI, y las recientes vago, enredador, fantoche, cobarde y cuanto epíteto hay por ahí. Porque para insultar sí que somos tremendamente creativos, todo hay que decirlo.

El daño colateral lo tendrán que asumir —qué felicidad— los odiadores profesionales de cada extremo, y los pusilánimes aficionados también, entrenados en verter su hiel en forma de 280 caracteres, en decir mentiras, en editar videos, en insultar sin reparo, en inventar etiquetas ofensivas, en crear tendencias denigrantes, todos tan valientes con el dedo, escondidos tras su pantallita, amos de tirar la piedra y esconder la mano, inútiles idiotas útiles, que odian porque sí y porque no, ahora miedositos de que se les acabe la justificación en caso de que —por alguna jugada del destino— terminen acordando alguna tregua de esas que incluyen respeto por el otro y cero ofensa, calladitos, sin chistar, envenenándose lentamente con esa inquina que tienen guardada, orgánica o fabricada, inquina al fin y al cabo, mientras sus jefes se muerden los labios para no gritárselo en un encuentro que hace apenas unos días no era más que un imposible. Ojalá —esta vez— no fallen a la cita. Y espero que acuerden algo.

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