Daniel Schwartz
22 Marzo 2022

Daniel Schwartz

La Providencia es un apellido

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En la sobremesa de mis abuelos maternos, liberales por tradición familiar, se criticaban las posiciones políticas de Álvaro Gómez, el eterno candidato del Partido Conservador, quien por muchos años fue el gran referente del partido y del pensamiento conservador en Colombia. Para mis abuelos, Álvaro representaba al agresor de traje y corbata que desde la presidencia de su padre Laureano avivó la violencia del Estado contra los liberales.

Hoy convertido en un mártir de la democracia, Gómez Hurtado estuvo siempre cerca del poder y de las decisiones. Desde su exilio en España –Francisco Franco era buen amigo de su padre– impulsó la creación del Frente Nacional, una respuesta desesperada a la dictadura de Rojas Pinilla que terminó por negar la representación de buena parte de la sociedad en las instituciones de la democracia y aseguró una repartición del poder entre la élite, de la que él era una pieza fundamental;  fue concejal, embajador, congresista y ministro, así que sorprende que hablara tanto de acabar con el régimen, cuando él mismo encarnaba el régimen.

En sus años postreros su discurso cambió –todo el mundo tiene derecho a cambiar– y enfocó sus esfuerzos en aquello que llamó un “acuerdo sobre lo fundamental”, que fue vital para la creación de la Constitución de 1991. Atacó con vehemencia a las mafias del narcotráfico y su inserción en el Estado, y se convirtió en un fuerte crítico de las Farc, las que hace poco admitieron la autoría de su asesinato. 

A pesar de que su figura ha sido objeto de un fuerte revisionismo histórico que ha terminado por sepultar su oscuro pasado y sus guiños al fascismo, es válido resaltar su importancia, no solo como político, sino como intelectual: era un ideólogo –de esos que ya no existen en el conservadurismo– y una de las principales cabezas del pensamiento reaccionario en el país. Y aunque creía en la hispanidad y todo su legado como el mejor rasgo de nuestra sociedad en detrimento de la herencia indígena, se le abona su interés por construir un pensamiento político y una visión de país. 

Ahora su sobrino, Enrique Gómez, logró revivir el partido Movimiento de Salvación Nacional. Pero resulta triste, incluso para los que estamos en el lado contrario de la política, la manera en que ha llevado a cabo su campaña a la Presidencia.

Con el derecho adquirido que le da su apellido, Enrique Gómez ha buscado traer al debate público una ideología atávica que no les interesa a los colombianos, sin la gracia y sin la elocuencia que supo tener su tío; no se aleja del mensaje simplón que teme al “castrochavismo”, es cómplice de las mentiras difundidas en las cadenas de WhatsApp, acude al discurso de la gente de bien versus los vándalos, etcétera. Su campaña, y en general todo su movimiento, no es ni la sombra de lo que fue el movimiento de Salvación Nacional de Álvaro.

Enrique Gómez sigue con la idea de hacer un “acuerdo sobre lo fundamental”, como si no hubieran pasado 30 años. Ignora que la Constitución de 1991, esa que promovió su tío, fue el gran acuerdo sobre lo fundamental que hicieron los colombianos. ¿Qué entenderá él sobre lo fundamental? En este trino, pareciera que su idea de “lo fundamental” es más bien un regreso a los fundamentalismos de la Constitución de 1886:

“Estamos aquí porque la Providencia lo quiere y estaremos a la altura del Designio Divino. Estamos aquí por la defensa de la vida, por nuestra cultura mestiza, católica, cristiana y latina. Nosotros, Colombia hermosa, no huiremos, no agacharemos la cabeza, no nos intimidarán”.

Con “la providencia” y el “designio divino” se refiere a su apellido, aquel de los ungidos para llevar las riendas y encaminar la nación hacia un futuro marcado por el pasado. Con “nuestra cultura mestiza” alude, como los eugenésicos del siglo XX, a esa raza cósmica que niega al negro y al indígena, obstáculos para el progreso. Con “nuestra cultura católica y cristiana”, por supuesto, manda un mensaje de que la separación de poderes, pactada por el mismo Álvaro Gómez, no tiene razón de ser. Y, finalmente, cuando dice que “no huiremos, no agacharemos la cabeza, no nos intimidarán”, nos recuerda que son ellos, los buenos templarios sabaneros, la primera línea de la moral y la rectitud, los que recuperarán los valores perdidos y devolverán lo sagrado a esta tierra sodomizada, como si en el pasado de Colombia hubiera algo sagrado por rescatar. Ellos, los que a duras penas consiguieron unos cuantos votos en las elecciones al Congreso, no nos van a salvar.

Enrique Gómez Martínez nos recuerda más a su abuelo Laureano que a su tío. Su discurso sobre la gente de bien, aquella gente que no aborta (o que dice que no aborta), que no grafitea la ciudad y que produce en vez de vaguear, se parece mucho al discurso laureanista sobre la degeneración de la raza y las buenas costumbres. Ambos, a fin de cuentas, creen que la verdadera batalla está en la cultura, en el mejoramiento de la raza por medio de los hábitos, la limpieza y un “deber ser” que no es más que un profundo odio a los pobres.

Esa estrategia de traer movimientos del pasado al presente a punta de apellidos fue castigada en las urnas. El Nuevo Liberalismo y Salvación Nacional tuvieron unas de las peores votaciones para el Congreso. El mensaje que se desprende es, para los Galán y para Gómez, que deben cambiar su discurso y dejar de reivindicar unas ideas pasadas que ya no calan como antes. Es que es tal su irrelevancia, y espero que estas palabras no me castiguen en el futuro, que ni siquiera uno de los más importantes periódicos conservadores, El Colombiano, lo invitó a su debate presidencial. Vimos en las redes sociales la poca gracia y el derrotismo de Gómez “participando” virtualmente afuera de las instalaciones del periódico. ¿Qué pensarían Los Leopardos, las lumbreras conservadoras de la primera mitad del siglo XX, de semejante felino de apartamento?

Hay algo en lo que sí se parecen Álvaro Gómez y Enrique Gómez, y es que el segundo parece estar dispuesto a perder tantas elecciones como el primero. Y aunque Enrique Gómez es el menos ignorante y el menos perverso de los candidatos de la derecha –con muy poco logró deslumbrar en el debate presidencial de RCN–, pienso que mi generación, a diferencia de la de mis abuelos, sigue sin un rival digno de consideración en esa orilla política.

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