El sonido humano es ensordecedor, hay miles de personas como hormigas caminando en todos los sentidos por ese laberinto que es la ciudad amurallada. Es Viernes Santo, es el único día del año en el que Cristo no está entre nosotros, según rezan las artes oscuras, motivo por el cual los súcubos e íncubos salen de sus escondites para poseer cuerpos desventurados con la ayuda de las brujas. Apenas son las ocho de la noche y el corralito no baja de los 29 grados centígrados. Yo camino por la calle El Porvenir, lateral a la universidad. La mirada de un jíbaro con la camiseta de la selección y corte mohawk me atraviesa. Pienso que esa camiseta le pertenece más bien al glorioso de Buenaventura Freddy Rincón que supo traernos la felicidad en forma de gol y no al flaco, filudo como navaja que me apura con su entreseño para que me mueva. Claro, le daño el panorama empujando un coche de bebé por una esquina donde no cabe una puta más. Dos mujeres policías vigilan del otro lado de la acera. Muchachos gringos revolotean las chicas como moscas al estiércol. Así las ven, así nos ven. La calle de El Porvenir, como muchas otras de Cartagena está infestada de mujeres con hambre, flacas, gordas, con gafas como colegialas aplicadas, algunas deben serlo. Morenas, caucásicas, emigrantes, vestidas de una sofisticación barata y triste que desnuda su tragedia. No sonríen, no son mujeres de la vida “alegre”, son más bien sobrevivientes del naufragio social que ha dejado la diáspora venezolana, el desplazamiento, la guerra milenaria y poder de las mafias que todo lo corroe. El corralito de piedra, PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD, hoy más bien parece una casa de citas. Señor alcalde, señores concejales, creo que han olvidado por qué a Cartagena le dicen La Heroica, pero por favor, permítanme refrescarles la memoria: la llaman LA HEROICA porque resistió con dignidad, valentía y honra los 105 días de cerco que Pablo Morillo, el pacificador español, lanzó en 1815 sobre sus murallas. Pestes, hambre y terror diezmaron a la tercera parte de la población que nunca, nunca claudicó. Los cartageneros ya estaban acostumbrados como espartanos a la lucha desigual, siglos atrás la segunda invasión marítima más grande de la historia humana, perpetrada por el corsario sir Francis Drake al servicio de su majestad Isabel I, que se hizo realidad en una madrugada de 1586. Resistió 73 días bajo fuego a fuerza de tres palabras que transformaron a hombres y mujeres en héroes y les permitieron superar el hambre, la derrota y la cobardía. Ustedes, sus gobernantes, olvidaron las palabras con que se forjo la historia de la Fantástica, las desconocen en absoluto, repito: dignidad, valentía y honra, porque si las conocieran no permitirían que nuestro patrimonio más valioso estuviera en manos de jíbaros y proxenetas que se enriquecen con la descomposición social de jaurías de europeos y gringos que vienen a hacer a nuestro país lo que no les permiten hacer en los de ellos. Vergüenza como ven a nuestras mujeres, tristeza para nuestra raza que debe arrodillarse ante semejante bajeza y deshonra para una ciudad que bajo el embrujo de su cielo estrellado y su arquitectura inventó el romanticismo que hizo soñar a juglares como Lucho Bermúdez, Estercita Forero, el Joe y el mismo García Márquez.
Saben, amigos cabilderos, hace un par de años atrás, me invitaron a un zoológico con mis hijos. En una jaula de metro y medio de área, con una rama enterrada sobre la arena simulando un árbol, vi a un zorrito famélico darle vueltas a su destino. El zorrito estaba completamente hipnotizado y corría y corría alrededor de la rama agotado, seguro pensaba que avanzaba hacia la libertad en cada vuelta al árbol. Juré no volver a un zoológico en mi vida, hasta el Viernes Santo que desde la vitrina de Helados El Paraíso, muy cerca a la calle El Porvenir, vi pasar la corrupción vestida de botas altas de plataforma, enfundada en un vestido chino imitación cualquier cosa y recordé al zorrito que nunca pudo llegar a casa. En eso, gobernantes, han convertido a la ciudad amurallada, en un zoológico humano que solo refleja lo peor de nosotros mismos, el olvido de nuestros jóvenes, la deshonra de nuestras mujeres y la desidia con cientos de valientes comerciantes que se la juegan día a día para traer una oferta digna a otro tipo de turistas que aprecian los que ustedes son incapaces de ver; nuestro folklore y nuestra idiosincrasia. Con un solo trazo de autoridad, con planeación y con algo de humanidad esta situación podría mejor ostensiblemente. Pero no sucede. Lo único que hace la policía es pasar como un sereno cada hora y despejar la calle cuando ya no cabe un alfiler en ella. Minutos más tarde la maldición regresa como hormigas al azúcar. Hoy como nunca los versos de Rebelión del Joe cobran todo el sentido del mundo ante este esperpento. Piense que la negra es Cartagena y que esto dice así:
Un matrimonio africano
Esclavos de un español
Él les daba muy mal trato
Y a su negra le pegó
Y fue allí, se reveló el negro guapo
Tomó venganza por su amor
Y aún se escucha en la verja
No le pegue a mi negra
(No le pegue a la negra)
(No le pegue a la negra)
Oye man
(No le pegue a la negra)
(No le pegue a la negra)
Ay, no, no, no, no, no, no, no, no
(No le pegue a la negra)