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Tampoco es que seamos una raza superior como para que estemos tan exigentes con los candidatos a la Presidencia de la República que nos tocaron. Y no deberíamos estar tan puntillosos con ellos por una sencillísima razón que me parece que no estamos teniendo en cuenta: Nosotros mismos los elegimos, ¡nosotros mismos! Y somos tan caraduras, los colombianos, que nos quejamos hasta el cansancio de lo que acabamos de escoger. Nadie nos tendrá contentos.

Nada nos sirve y actualmente es un exitosísimo deporte nacional criminalizar lo que no nos parece. O mejor, lo que no nos conviene. Por ejemplo, el voto en blanco. Hasta hace un tiempo, votar en blanco era una opción —además de legítima— legitimada y mostraba a sus adeptos como unos verdaderos inconformes, quienes no se sentían bien con unas ideas o con las otras, o con las opciones del momento, representadas en general por ese bipartidismo que reinó durante tantas décadas en Colombia, en tiempo pasado porque ya ni rastros de aquellos gloriosos partidos de trapo rojo o tela azul. No existen, al menos no como ideología.

Los que sí existen ahora son los exitosos de las redes sociales. Los afines a la candidatura de Rodolfo Hernández sostienen que votar en blanco es botar el voto porque —indirectamente— estarían apoyando la elección del rival. Y esbozan un sinnúmero de teorías —en realidad— harto pendejas, tras las cuales se parapetan para insultar a quienes quieren optar por ese camino, contemplado en el tarjetón, entre otras cosas. Solo les sirve el voto por el ingeniero, de resto es cohonestar con el terrorismo, ser ciegos, ser indolentes, acabar con el país porque llegará el comunismo y habrá gulags, y filas para la comida, y vestiremos todos igual, y solo habrá edificios grises y un único partido, que implantará revoluciones culturales y saltos hacia adelante, gobernados por un secretariado que se perpetuará en el poder por los siglos de los siglos.

Hay gente que, sinceramente, lo cree. Por eso, mereceríamos a Hernández.

Y ni qué hablar de los defensores a ultranza de la opción que representa Gustavo Petro. Me parece a mí que a la hora de atacar a quienes no piensan como ellos son los más activos, los más incisivos, los más agresivos en ese mundo virtual que se nos volvió real. No hay zonas grises para ellos, es con su líder o contra él, y —antes de esta próxima elección— criminalizaban votar en blanco tanto como no votar. Hay que ver lo implacables que fueron con Sergio Fajardo porque hace cuatro años no le gustaba ni Duque ni Petro. Qué delito tan terrible el que cometió. Cuatro años, todos los días, hostigándolo sin piedad.

Y ahora, verlos por ahí, diciendo palabras bonitas para no espantar a los que siguen contemplando el voto en blanco o el no votar como una opción. Dan risa.

La campaña se volvió una payasada y como no hubo debate presidencial nos quedamos sin el necesario y democrático enfrentamiento de ideas; entonces el careo se exacerbó entre los seguidores de cada candidato, no mostrando las aptitudes de uno, no. Acudimos a la colombianísima forma de discutir: Mostrando las miserias del otro, atacando a la persona y no la idea, lo que mi amigo el interesante llama falacia ad hominem, la total trivialización de las campañas, el Tik Tok, el perreo, el manoseo, el irrespeto. 

Merecemos los candidatos que escogemos. No dimos para más en esta oportunidad. No pidamos más. Y para la muestra, un botón.

Recuerdo ese nombre, Gabriel Cubillos, un joven que —hace más de veinte años— se presentaba como cirujano plástico, denunciado por varias mujeres que lo señalaban de haberles practicado operaciones estéticas con resultados terribles para sus cuerpos, y quien —en ese entonces— no pudo demostrar sus títulos debidamente acreditados. Yo no sé si finalmente estudió, o se graduó, o logró sus diplomas. No sé. Supongo que sí. Pero no volví a saber de él hasta ayer en la tarde que me encontré en Twitter con su particular declaración de voto.

De aspecto maduro y vistiendo un traje de médico, con gorro incluido, el hombre resumió en dos angustiantes minutos su personal posición de cara a la elección presidencial con la siguiente diatriba que escribo de forma literal y que ya retiró de sus redes, con una disculpa pública que más parece una justificación:

“Si un perrito tiene doce cachorros, siempre va a haber el inteligente, el disciplinado, el juicioso, el que trabaja, pero también va a estar el bruto, el que no le gusta trabajar, el guerrillero, el ladrón, el terrorista, el violador, entonces digamos que es normal que en una sociedad haya todo este tipo de zánganos y de rufianes (…) Yo no voy a esperar ni soy representante de un guerrillero, de alguien que ha robado, que ha extorsionado, que ha atracado, que es terrorista, que le gustan los travestis (…) Yo tengo bajo mi tutela, por decirlo así, más de cien trabajadores directos e indirectos y no pienso darle comida a alguien que sea de esa calaña, ¿sí? Entonces yo como padre pienso que he fallado porque, imagínese, uno de mis hijos, ¡petrista!, no voy a soportar eso ni en mi empresa ni en ningún lado. Entonces la recomendación que yo les doy a todos los empresarios es: Hagan lo que yo voy a hacer, después de las elecciones voy a hacer un polígrafo y el que haya votado por Petro se va de mi empresa, así de sencillo, no le voy a dar de comer a ningún atracador ni a ningún criminal (…) Esa gente que se vaya del país, que se vaya para Cuba, no necesitamos esa clase de ralea en este país. Entonces que gane Rodolfo”.

El odio en todo su esplendor. Es lo que hay.

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