Weildler Guerra
16 Febrero 2022

Weildler Guerra

Mare clausum

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El tema del mar y sus relaciones con las sociedades humanas debería ser lo suficientemente importante en la agenda política nacional como para no ser olvidado. Sin embargo, en las giras de los aspirantes a la presidencia por las regiones del Pacífico y el Caribe colombiano el mar no suele aparecer en los temas prioritarios de las distintas coaliciones. Tristemente el mar es con frecuencia un vacío en un debate necesitado de ideas renovadoras pero que se parece más a las malas telenovelas latinoamericanas con sus guiones llenos de intrigas, desamores, traiciones, ataques inesperados y hasta la aparición de una pérfida arpía.

En los tiempos de la dominación colonial hispánica, el mar fue visto como el canal de divulgación de las ideas insurgentes; en tanto que en los siglos XIX y XX fue el mar del contrabando y del tráfico de armas para los bandos en contienda en las guerras civiles. A principios del siglo XIX los habitantes de Cartagena, Santa Marta y Riohacha veían al Caribe insular como un extenso barrio del cual hacían parte. Ello cambió durante la república que cortó muchos de esos circuitos demográficos, económicos y culturales. La noción del mar como espacio pecaminoso, propio del contrabando y el narcotráfico, ha permanecido arraigada por siglos en la mente de algunas élites gobernantes del centro del país hasta hoy.

Esta visión de un mar cerrado o mare clausum, como lo llamaron los antiguos romanos, ha tenido una significativa incidencia en la pobreza actual de muchas poblaciones costeras del país para las cuales el mar opera prácticamente como un vacío y no como debería serlo: un territorio acuoso.  La gobernanza del mar tiene que ver con el bienestar, la seguridad alimentaria, la productividad y la sostenibilidad de recursos para esas poblaciones. En muchas ocasiones el trabajo y la vida en ambientes costeros se desarrolla bajo condiciones de riesgo laboral, deficiente acceso a servicios de salud.  La ausencia frecuente de los pescadores y navegantes de las actividades diurnas y de muchos espacios de la vida social hace de ellos un grupo social carente de una fuerte representación política. 

 Muchas de las poblaciones costeras se encuentran en situaciones de riesgo, vulnerabilidad y adaptación al cambio climático como se evidenció en la tragedia vivida en la isla de Providencia. En otras zonas es notorio el proceso de erosión costera. También hay en nuestro país conflictos sobre el agua asociados a la privatización de territorios del litoral, nuevos desarrollos portuarios civiles o militares y las tensiones de larga data entre pesca industrial y pesca artesanal.    

Los pueblos del Pacífico y el Caribe colombianos tienen instituciones marítimas, valores y sistemas normativos sobre el mar que deben ser apreciados. Un paso significativo consiste en la comprensión de las múltiples maneras como estos pueblos producen, transforman y transmiten conocimientos sobre los ecosistemas acuáticos. Por lo anteriormente expuesto en el contexto colombiano, la reflexión sobre la vida de la gente que habita y trabaja en ecosistemas acuáticos es cada vez más necesaria. El único candidato que ha expresado recientemente su preocupación en torno al mar en Colombia es Sergio Fajardo, pero es deseable que otros de sus competidores puedan interesarse y generar un debate en torno al tema.  Algunos caminos a seguir se encuentran en el volumen siete de la Misión Internacional de Sabios llamado: “Colombia, la oportunidad del agua: dos océanos y un mar de ríos y aguas subterráneas”.   

Quienes aspiran a gobernar el país, tienen el compromiso de posicionar a hombres y mujeres del mar como sujetos protagonistas de la Historia y como ciudadanos que hacen parte activa del incesante proceso de construcción de la nación colombiana. Solo así el país podrá consolidar la apropiación de su destino oceánico.

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