Johana Fuentes
19 Abril 2022

Johana Fuentes

No más pañitos de agua tibia

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Hace algunos días una masacre hizo que los reflectores apuntaran hacia Quibdó, una ciudad donde el miedo y la zozobra reinan, mientras sus habitantes lanzan gritos de auxilio que pocas veces son escuchados. Conocimos que en este año han asesinado a más de 80 personas, la mayoría menores de 30 años, y que después de las cinco de la tarde no se puede salir por temor a no regresar, a morir en un callejón. Hoy ya nadie habla de ello. En Colombia, así de rápido como nos indignamos, olvidamos, pero a los jóvenes los siguen matando.

En su momento, el Ministerio de Defensa “prendió las alarmas”: se hizo un consejo de seguridad y se anunció la implementación de un plan de intervención en la ciudad. También hubo lavada de manos, el ministro del Interior, Daniel Palacios, dijo que los asesinatos en Quibdó no son culpa del Gobierno, ya sabemos que nada de lo que pase en el país es culpa del presidente –que seguramente sigue en modo aprendiz y casi siempre pone el espejo retrovisor– y sus ministros.

“Hace dos semanas apareció un muerto dentro de una bolsa en el malecón a las 4:30 de la tarde frente a todo el mundo. ¿Cómo es posible que a nadie le importe?”, me pregunta Darwin Lozano, uno de los jóvenes que hace parte de la Veeduría por la Transparencia del Chocó. Lamentablemente, en un país en el que la violencia es el pan de cada día, los muertos pasan a ser cifras que hacen parte de una estadística.

Chocó es el departamento con el mayor índice de pobreza monetaria extrema y Quibdó la ciudad con la mayor tasa de desempleo del país (20,6  por ciento), según el Dane, y no hay garantías para el acceso a la salud y la educación.  Esto no es nuevo, pero es algo de lo que se han venido aprovechando los grupos al margen de la ley que buscan controlar la región. 

Chocó es el departamento con el mayor índice de pobreza monetaria extrema

“Estamos en riesgo absoluto, estas bandas reclutan a los jóvenes, les ofrecen sueldos, otros se sienten amenazados, hay muchas restricciones en los barrios, fronteras invisibles, muchas veces quienes tienen la oportunidad de estudiar no pueden ir a clase por el toque de queda y será muy difícil que eso pueda cambiar ya que no le ha llamado la atención al Gobierno nacional, pese a los llamados que hemos hecho”, me dice el obispo de Quibdó, monseñor Juan Carlos Barreto, quien ha sido, además, una de las personas que más ha denunciado lo que pasa en la ciudad.

Los entes de control también guardan silencio y la dirigencia política es más de lo mismo. Una de las curules a la Cámara de Representantes quedó en manos de Astrid Sánchez Montes de Oca, perteneciente al clan Montes de Oca, que empezó a amasar su poderío a mediados de los noventa. Sus hermanos Patrocinio y Odín fueron congresistas también, pero sobre ellos pesan condenas, el primero, por peculado culposo por irregularidades encontradas en contratos de salud firmados cuando fue alcalde de Quibdó, el segundo, por parapolítica.

La otra curul fue para el exgobernador Carlos Alberto Palacios, perteneciente a los 'cordobistas', el grupo político que ostenta el poder actualmente en el departamento. La Procuraduría le abrió una investigación disciplinaria por presuntas irregularidades en la construcción del hospital de Acandí y muy pronto tendrá audiencias por otros dos procesos, uno por prevaricato por omisión por concurso homogéneo, y otro por peculado por apropiación, ambos relacionados con la construcción de la primera etapa de la sede de la Universidad del Chocó en Istmina y su respectiva interventoría. 

“Acá no hay plata, pero en campaña la plata siempre ha salido, uno veía cómo daban 100.000 pesos por el voto, feriaban trago, así es que se maneja la campaña acá”, dice Darwin Lozano, que estuvo con su veeduría recogiendo denuncias el 13 de marzo. “Es difícil que pase algo con esas denuncias”, agrega, resignado. Tiene razón, así como también es difícil que estos congresistas trabajen por el Chocó.

La situación en Quibdó y en el departamento no da espera, pero no se soluciona con pañitos de agua tibia, se necesita un plan integral que garantice oportunidades y una vida digna, así como un Gobierno que asuma responsabilidades. ¿De qué sirve que Iván Duque diga que ha sido el presidente que más ha visitado el Chocó si sus visitas solo sirven para inflarse el pecho? Ojalá –esta vez sí– se haga la intervención que por años han esperado los chocoanos. Ojalá las muertes de estos jóvenes dejen de ser una cifra más.

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Nota: ¿Perdón social para los corruptos que, aun desde la cárcel, están planeando la siguiente jugada para sacar ventaja? ¿Perdón social cuando no tienen la mínima intención de reparar o devolver lo que se robaron? No me pidan eso.

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