Daniel Schwartz
7 Junio 2022

Daniel Schwartz

Una perversión

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Toda película es una referencia al cine mismo, a su historia, a su tradición. Una nueva novela es también todas las novelas ya escritas, las contiene. Cada especial de comedia, cada stand up, contiene en sus chistes todos los chistes que ya han sido contados, pues todos los chistes son siempre el mismo chiste: una perversión.

En su último especial de comedia, “SuperNature”, Ricky Gervais, quizá el más importante activista por los derechos del chiste, inicia su show con un manifiesto sobre la libertad del humor y los límites que muchos le quieren imponer al humor y a los humoristas. E.B. White dijo una vez que analizar el humor es como disecar a una rana, a pocos les importa y la rana muere por ello. Y a pesar de esta opinión de White, el show de Gervais logra muchas risas al tiempo que reflexiona sobre la naturaleza del humor y las amenazas que ahora se ciernen sobre este.

“Esto fue una ironía, a ver si entienden lo que es: digo algo en lo que no creo para provocar un efecto cómico. Y ustedes, la audiencia, se ríen de lo incorrecto de la situación porque entienden qué es lo correcto”, dice Gervais después de hacer un chiste sobre la comunidad LGBTQ+. Para reírse, hay que tener una noción de la moral, es decir, no solo saber qué es lo correcto, sino por qué es lo correcto. De lo contrario, no habría risa si no se entiende cuándo hay una perversión de la moral.

El humor es, por definición, una perversión. Peter McGraw, psicólogo estadounidense, asegura que el humor solo existe si se cumplen tres condiciones: que haya una violación ética, que la situación sea benigna, y que las dos primeras condiciones ocurran al mismo tiempo. Una violación ética, según él, es todo aquello que amenaza la forma en la que uno cree que el mundo debería ser. Una situación benigna sucede cuando no existen violencias que puedan poner en riesgo la integridad de alguien.

Para explicar su teoría, McGraw presenta un diagrama de Venn –círculos que se superponen para ilustrar las relaciones lógicas entre dos o más conjuntos–: en un círculo está cualquier situación benigna, y en el otro, cualquier violación moral. En la intersección está lo que él llama “violación benigna”, es decir, el humor, que es lo que está entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto. Es, en suma, una perversión de la realidad, una transgresión controlada de la ética y la moral. Y desposeerlo de su carácter perverso, o buscar limitarlo, es negar su propia existencia, equivale a su asesinato.

Esta teoría nos enseña que solo existen dos tipos de humor, o dos tipos de comediantes: aquel que suaviza la violación moral y la vuelve benigna, por ejemplo Louis C.K. cuando dice que la pederastia en los campamentos de Boys Scouts es aceptable, pues solo un pedófilo sería capaz de pasar dos semanas en el bosque con un montón de niñitos. Por otro lado, están los chistes que pervierten una situación cotidiana y benigna, como ocurre en el Sitcom Seinfeld, cuando el protagonista le pide a George Costanza que deje de usar sudaderas porque las sudaderas son la ropa de los pedófilos. Allí, en el acto normal de ponerse una sudadera, Seinfeld encuentra una forma de pervertirlo. Juro que es mera casualidad que los dos ejemplos de chiste que refiero sean sobre la pedofilia.

Es normal sentir culpa por reírse de alguien o sentirse ofendido por un chiste sobre uno mismo, o que uno cree que es sobre uno. Al ser la violación de un código moral una de las condiciones necesarias para el humor, es normal sentir una que otra emoción negativa. Eso no significa que el chiste deba limitarse. El límite del humor no es la calidad del chiste (los chistes malos pueden dar más risa que los chistes buenos); tampoco si es ofensivo, pues ofenderse también es una decisión propia. Todos tenemos el derecho a ofender e incomodar al otro, así como tenemos derecho a sentirnos ofendidos y reclamar. El único límite de un chiste es que sea un chiste, que cumpla con pervertir lo benigno o con suavizar lo maligno, que rompa con nuestra idea de cómo debería ser el mundo. Por eso es también tan necesario: es nuestro cable a tierra, lo que nos enseña que la realidad no es como queremos que sea. 

El humor está para burlarse del poderoso, pero también del desposeído. Recordemos que El bufón de la corte en los reinos europeos de la Edad Media y el Renacimiento ridiculizaba al rey con sus chistes pesados. El humor ha sido siempre el lugar en el que le abrimos la puerta a la incomodidad, al malestar que produce reírnos de los otros, pero ahora, en tiempos de la doctrina de lo políticamente correcto, vivimos un delirio: un chiste se juzga por quién lo cuenta o por quién es el objeto del chiste. 

El nuevo mantra reza que la comedia debería siempre golpear hacia arriba y no hacia abajo, es decir, que hay que burlarse del poderoso en vez de atacar al débil. “Pero a veces uno tiene que golpear hacia abajo, si no, ¿cómo haces para golpear a un niño en silla de ruedas?”, dice Ricky Gervais. El público ríe y eso no significa que les parezca bien golpear a un niño en silla de ruedas. Esa es la diferencia entre golpear metafóricamente (pues el niño en cuestión no existe) y golpear en la vida real. El humor, como toda ficción, es un discurso que no tiene la intención de convencer, si no de activar emociones, en este caso la risa, que también puede ser incómoda. Por eso existe una línea delgada entre la risa y el dolor, entre la comedia y la tragedia. Y al ser una línea delgada, invita a quebrarla, a desafiarla, a seguir haciendo equilibrismo sobre esa cuerda floja.

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