Estábamos en San Cristóbal, un barrio de Madrid con más de 16.000 habitantes, donde el menos el 36 por ciento de estos son inmigrantes. En el marco del evento Leer Iberoamérica Leer tuve ahí mi primer taller sobre representación afro en la literatura infantil por fuera de América Latina. Iniciamos con un ejercicio íntimo de escritura y luego hicimos la presentación diciendo nuestra comida favorita, el nombre y una palabra que asociáramos a la afrodescendencia o la negritud. Dos de los asistentes dijeron cansancio. Desde ese día no paro de pensar en esa palabra, ya no como la repetición constante, producto de una vida vertiginosa, con viajes constantes y frecuente falta de horas de sueño. Pienso en el cansancio de quienes, además del peso que cargamos por ser racializados, asumimos una posición pedagógica, de lucha o de verdugo de los racistas, como se denominó a sí mismo Vinicius Jr (Me permitiré señalar la ironía aquí, en memoria de nuestro Freddy Rincón: tendría que empezar por ser verdugo de su propio club, que tiene una larga historia de racismo en su interior), tras la condena a los tres aficionados identificados y acusados de proferir ataques racistas al jugador en un partido de La Liga española contra el Valencia CF en el estadio de Mestalla en mayo de 2023.
La condena incluye ocho meses de prisión, dos años de prohibición de entrar a cualquier partido de fútbol en los estadios de su país, y el pago de los costos judiciales del caso. Hubo una reducción del tiempo de prisión y prohibición debido a que los acusados aceptaron los cargos, reconocieron su racismo y escribieron una carta en la que manifiestan su arrepentimiento, ofrecen disculpas a Vinicius e instan a las hinchas a eliminar prácticas racistas. Es la primera vez en la historia de España que se da una condena de esta naturaleza.
Por los mismos días de la noticia se agitó en la red social X, en Colombia, una discusión alrededor de la existencia, o no, del racismo aquí. Una duda nada razonable en un país que, tal como lo señaló la revista CAMBIO en uno de los reportes de la noticia sobre Vinicius, ir a los estadios es garantía de escuchar ofensas racistas, el mismo donde ya ha habido condenas en el entorno del fútbol o relacionadas con los ataques a la vicepresidenta Francia Márquez. Donde se han demostrado casos graves en entornos educativos desde la primaria hasta la universidad. País que tiene caricaturistas ampliamente reconocidos, que se niegan a retractarse y persisten en representaciones absolutamente ofensivas y plagadas de estereotipos de toda naturaleza. Donde una escritora experimentada y premiada se atreve a llamar guetos a las acciones afirmativas para que la población afro acceda a formación en literatura, país en el que todos los días se requisa, se persigue en un supermercado o se niega la entrada a una discoteca o un restaurante a alguno de nosotros, por el simple hecho de que somos negros. Esa es Colombia. Y habría que sumarle las cifras en salud, empleo, educación, infraestructura, asesinatos, etcétera, que dan cuenta del racismo estructural.
Entender que el racismo es una ideología, un complejo sistema de pensamiento, me ha hecho comprender también la dificultad de lograr cambios reales. Nadie ha renunciado a su ideología sin una predisposición proveniente, en gran medida, de las dudas sobre sí mismo y lo que ha creído como válido hasta ese momento.
Pienso ahora que quizá lo que me sostiene y no deja que me venza el cansancio, es encontrarme cada cierto tiempo, como aquel día en San Cristóbal, con más de treinta maestros, bibliotecarios, mediadores de lectura y gestores culturales, dispuestos a mirar de frente esa ideología que les mantiene en una sensación de seguridad mientras que a otros nos anula o nos mata.