Federico Díaz Granados
2 Junio 2024

Federico Díaz Granados

Volver a Cinema Paradiso

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“No te dejes engañar por la nostalgia”, le dice Alfredo a Totó cuando se despiden en la vieja estación de tren de Giancaldo, el pueblo imaginario que sirve de escenario de la película Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore y que nos dejó entre tantas cosas la maravillosa banda sonora de Ennio Morricone que siempre convoca a revolver de alguna forma las añoranzas y emociones más genuinas. Sin embargo acá estoy, a pesar de la advertencia de Alfredo, atrapando precisamente aquellas nostalgias que se ponen en su justo lugar cuando vuelvo a ver esta película cuyo ritual de verla, al menos una vez cada año, me reconcilia con el mundo hostil e intransigente que vivimos porque. más que una película. es un viaje a través de mi propia vida que ha estado acompañada por sus diálogos, por sus escenas y por sus personajes, y que me ha dejado instantes de asombro y de maravilla que he ido decantando con el paso de los años y de cada retorno a ella. Es un viaje que me transporta a un lugar donde me siento seguro desde el brillo de una luz que llena de poesía mis recuerdos. 

Creo que fue en el teatro Teusaquillo donde la vi por primera vez a comienzos de 1989, pocos meses después de su estreno en Italia. Fui con mi padre y mi mejor amigo del colegio, el gran Esteban Langer. Salimos conmovidos, con una cantidad de sensaciones y de lágrimas en los ojos. A la salida nos encontramos con otros amigos y conocidos que también tenían los ojos aguados y como pocas veces ha ocurrido, había a la salida del teatro un consenso y una invitación al afecto porque todo parecía dispuesto para el abrazo, la conversación y la amistad a partir de lo que nos dejaba la película. Quizás por eso es por lo que regreso con insistente frecuencia a Cinema Paradiso, porque desde la sencillez y el detalle inventa una poética que justifica los afectos, las grandes lealtades y los vínculos indelebles de la vida tan necesarios en el siglo de las relaciones líquidas y virtuales. La última escena en la que Totó, ya convertido en el gran director Salvatore Di Vita, recupera toda su infancia en esa cinta llena de retazos de los besos censurados cuando apenas llegaba el cine a ese pueblo siciliano. Recuperar los besos perdidos era una forma de la esperanza y de saber que solo la poesía nos puede devolver aquellas imágenes que creíamos perdidas en el tiempo. Volver a mirar con detalle aquellos retazos que Alfredo guardaba con celo a su amigo, hijo, pupilo, es la confirmación de una confianza en el pasado y en sus pactos inquebrantables. Aquellos retazos de besos perdidos son el mejor legado de un tiempo añorado. 

“El progreso nos llega tarde”, es otra de las frases que quedan retumbando en la memoria. Aquella forma en la que la modernidad va desplazando los lugares del encuentro y los reemplaza por la autopista, el centro comercial o la estación de gasolina. Por eso la demolición de Cinema Paradiso es una metáfora del derrumbe de un mundo y un tiempo y también de la infancia misma. Al caer el sitio de donde se proyectaban no solo películas sino los sueños mismos se contemplaban los escombros de una niñez y de unas ilusiones postergadas. De ahí que volver a ver el mundo a través de los ojos de Totó sea una forma de comprender que todavía será posible maravillarnos con la belleza, con esa belleza sencilla que puede hacer explotar el corazón de alegría e incendiarlo de todas las emociones posibles. 
Totó retorna a Giancaldo a raíz de la muerte de Alfredo. Han pasado treinta años desde aquella Italia de la posguerra. Es como si la película se hubiera detenido en un muro descascarado y una plaza descolorida. Por esta razón, la última escena cobra mayor relevancia porque aquella ruina toma una nueva luz y otro color para celebrar la humanidad, la gratitud y el amor como epicentro del alma de todos. 

Todos tenemos un relato que contar y somos los protagonistas de la película de nuestras vidas. Hay algunas que se parecen más a nosotros y otras a las que nos queremos parecer. Yo sigo amando Cinema Paradiso, su historia y su banda sonora que muchas veces quisiera que fuera la música de muchas escenas de mi vida. Todos volvemos a un pueblo, a una casa o a un espacio en los que fuimos felices. Muchas veces regresamos en sueños y es como si regresáramos al puerto seguro y la tierra firme y todas las incertidumbres quedaran a salvo. 

En el verano de 2017 hice uno de mis viajes que pueden parecer extraños (y lo son) porque organizo toda una logística muy detallada para ir a visitar solamente una tumba de un poeta o la casa de algún autor o autora que me apasionen, cafés donde se fraguaron ideas y movimientos y ciudades que han sido escenarios reales de mis películas favoritas. Por eso en aquel verano emprendí un viaje a Sicilia para visitar Palazzo Adriano pequeña localidad al sur de Sicilia donde se rodó gran parte de la película y donde nació el actor Salvatore Cascio que da vida a Totó niño. Estuve allí y en Cefalú y fui feliz de recorrer las calles del imaginario Giancaldo. Tomé la calle Totó y llegué a la casa de Alfredo y a la lado de la Plaza Umberto hay un pequeño museo de la película. Allí conservan la bicicleta de Alfredo, el proyector y las sillas del teatro y en las paredes hay muchas fotos del rodaje y de los actores. Fue como cumplir una cita con mis propias pasiones y con la película que mejor representa mi forma de estar en este mundo. Ya el progreso se tomó a este pueblo y en la plaza se parquean algunos Fiat, Lancia, algún Ferrari o Lamborghini como un recordatorio de que ahí está el siglo galopando y apropiándose de todos rincones del planeta. 

Alfredo se despide de Totó y le dice “hagas lo que hagas, ámalo; como amabas la cabina del Cinema Paradiso cuando eras niño”. Yo trato de llevar la vida con el amor que aún tengo por aquella casa de la abuela donde también aprendí a mirar las cosas como si fuera la cabina de mi Cinema Paradiso. ¿Acaso no aprendemos a mirar para después prestar nuestros ojos a los maestros y padres que ya no pueden ver? ¿Será que volver a la casa de los sueños es volver a nuestros fantasmas y agitar en el presente a nuestros muertos? Suena el tema de amor de Ennio Morricone y todo se pone en lugar exacto del alma. Necesitamos de la lentitud de Alfredo y los ojos de Totó para entender que el corazón humano no necesita de algoritmos y abismos. Un poco de belleza y de amor siempre serán necesarios para comprendernos y no perder la capacidad de soñar a colores y con una banda sonora que sea infinita.
 

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