Martín Jaramillo Ortega
23 Mayo 2024

Martín Jaramillo Ortega

Fútbol y política

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Todo indica que los implantes capilares del presidente Petro han surtido un gran efecto porque recientemente, luego de varios meses, dijo algo que no fue descabellado. 

A raíz del partido en Bogotá entre Millonarios y Palestino por Copa Libertadores, Petro tuiteó, o trinó, mejor: “Este martes Millonarios vs Palestino en Bogotá. Que ese barrismo social se exprese”. Palestino es un equipo de fútbol chileno formado por la migración palestina en ese país (la más grande exceptuando los países árabes e Israel) que ha servido para visibilizar su causa en el mundo entero y es también un símbolo de esperanza dentro Cisjordania y Gaza. 

Las redes sociales se llenaron de mensajes dirigidos al presidente buscando no mezclar el fútbol con política o “no manchar la pelota”, en una alegoría maradoniana. Grandes equivocaciones. Lo primero es que ya en sí mismo el fútbol es un acto político. Dice el escritor catalán Carles Viñas que el fútbol es política por ser un acto social. Lo segundo, es una petición casi descarada si partimos de que, bajo ese punto de vista, la pelota siempre ha estado manchada. Desde Mussolini en el Mundial de 1934 hasta, como hemos visto, las sistemáticas violaciones a DDHH en el pasado Mundial de Qatar 2022. 

No es cierto que sea papel de Petro apropiarse del discurso del “barrismo social”, o que gracias a él el recibimiento en el aeropuerto El Dorado a Palestino fue multitudinario. Tampoco es loable acabar las relaciones con Israel trinando —no solo de la ira—, ni que, en general, el antisemitismo se haya aumentado en los últimos meses por confundir ‘judío’ con ‘Gobierno Israelí’. Pero lo que sí es innegable es que puntualmente con este partido hubo un cambio de pensamiento. 

Las hinchadas de varios equipos del país, incluida la de Millonarios, llevan varias décadas confundiendo ‘rival’ con ‘enemigo’; cualquier cosa que tenga que ver con el equipo rival está tácitamente vetada. Por ejemplo, como mostró el periodista Felipe Valderrama, hace poco más de un año la hinchada de oriental de Millonarios hizo sacar a un niño, hincha del equipo azul, porque un jugador de Águilas Doradas se acercó al final del partido y le regaló la camiseta al señor que lo acompañaba. Esto, y dado que en los estadios del país se tiende a confundir ‘normal’ con ‘ tristemente habitual’, solo demuestra que cada vez estamos alejando más a los niños y a las familias de los estadios. 

Hechos como estos hacen que sea aún más plausible el comportamiento de los hinchas azules en El Campín el día que enfrentaron a Palestino. Esta vez fue solamente un equipo rival —homenajeado, por cierto— y no un enemigo. 
El fútbol es un acto político y se ha usado como tal, para bien o para mal, desde siempre. Casos hay varios: en 2005, luego de clasificar a su país por primera vez a una Copa del Mundo, el costamarfileño Didier Drogba dio en la televisión pública un discurso para dejar las armas y buscar mediante un tratado de paz con unas posteriores elecciones el fin a una guerra civil que se desató como consecuencia de un intento de golpe de Estado en 2002.  El discurso del delantero caló tanto en la sociedad marfileña que finalmente logró sentar a negociar a los representantes de ambos bandos y en 2007 se anunció el alto al fuego y la consolidación de un solo gobierno. 

Otra victoria política de la que poco se habla en el fútbol es la del Makkabi Berlín, el primer equipo de judíos en Alemania. Debutaron en 1971 para “demostrar que no todo acabó después de 1933” y desde entonces han jugado en las divisiones aficionadas del fútbol alemán. 

En los mundiales la historia política es aún más fuerte. El uso del fútbol para lavar la imagen dictatorial de los gobernantes no fue exclusivo del fascismo italiano. En Argentina, a escasos metros del estadio en que se jugaba la final del Mundial del 1978, torturaban a miles de jóvenes, hijos de las entonces madres —hoy abuelas— de mayo. Todo esto mientras Videla había inaugurado ese torneo como “el Mundial de la paz”. Otro acto memorable que dejó Argentina 1978 lo protagonizó Alberto Tarantini, jugador del equipo anfitrión y campeón. Al momento de enterarse que Videla se dirigía al camerino para felicitarlos por la victoria 6-0 ante Perú,  confiesa que: “le digo a Pasarella (capitán de aquella Selección) ‘a que me agarro bien los huevos y le doy la mano’,  y así lo hice. Videla me vio cuando me refregaba las bolas, entonces cuando se acercó yo lo agarré del antebrazo para asegurarme que me diera la mano, me miró con una cara de orto tremenda”. Cuenta el osado lateral izquierdo que tiempo antes le había preguntado al dictador argentino por tres de sus amigos desaparecidos y que Videla “nunca le dio bola”. 

Por nuestro lado tampoco es posible separar el fútbol de la política. Desde 1977 la familia Char ha estado a la cabeza del Junior de Barranquilla y ha usado al equipo más grande de la costa colombiana para afianzarse en el poder. En época electoral el Junior se vuelve el París Saint Germain del Caribe y, no en vano, ha sido un modelo copiado por el Clan Gnecco en Valledupar y más recientemente por el alcalde de Cartagena, Dumek Turbay, y el gobernador de Bolívar, Yamil Arana, para que de la mano del crack de Teo Gutiérrez y del Chino Sandoval el Real Cartagena ascienda a la primera división. 

El caso más reciente es el de Juan Camilo Restrepo en la presidencia del Deportivo Independiente Medellín. Restrepo ha sido alto comisionado para la paz, alto consejero presidencial para la Seguridad Nacional y fue el amigo predilecto del presidente Duque a la hora de los encargos: alcalde encargado de Medellín, luego de la suspensión de Daniel Quintero, y alcalde encargado de Cúcuta luego de la suspensión de Jairo Yáñez. En ese corto tiempo demostró que como alcalde encargado es un gran amigo.  

En fin, ahora que está en la cabeza de varios que el presidente Petro quiere implantar —nunca mejor dicho— una carga política en el fútbol, vale la pena aclarar que no es algo nuevo, que el fútbol es inherente a la política y que depende de nosotros no tragarnos entero el cuento. 
 

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